FICCIÓN
INTRODUCCIÓN NECESARIA
I
El después del abrazo
-¿Qué haces aquí?
-Vine a buscar un yogurt que guardé en la nevera. Tengo hambre.
Valentina abrió el refrigerador, se inclinó para ver entre la
maraña de loncheras, vegetales y gaseosas que amontonaban ahí, tanto los de
redacción, como los de imprenta; ubicó su yogurt, estiró la mano y lo sacó,
ofreciéndole casi que una contemplación ritual al vasito con fermentos lácticos
y ciruela que estaba buscando. Cerró la nevera y se dio vuelta, encontrándose
con Enver, monumental, tras ella, casi que auscultándola. Ella se perturbó. Entonces,
atinó una pregunta, la única que tenía cabida, la que Enver urgía responder.
-¡Ajá, y usted que vino a buscar por acá?
-A ti- contestó él.
Nada más importó, sólo el silencio que ambos pactaron, de forma
inconsciente, para permitirse mirar el fondo de los ojos del otro, enfrentar
sus labios, sentir la respiración agitada de cada uno sin distinguir la propia,
hasta sorprenderse envueltos en un abrazo que Valentina osó desafiar,
susurrando:
-¿Y… el después del abrazo? Recuerde que tengo una curiosidad atrevida,
capaz de averiguarlo…
En ese momento, a Enver se le rompió el caparazón de hombre
ministerial, cayó del tabernáculo donde ejercía autoridad y se transformó en
macho, un reptil común y corriente, dominado por los instintos.
*Imagen tomada de: https://pixabay.com/es/dibujo-el-amor-pasi%C3%B3n-l%C3%A1piz-876896/
**********************
II
El reptil desairado
Esa noche
no había chófer de guardia, era sábado y la nómina no incluía personal de
servicios las noches de fin de semana, así que el vehículo de transporte
quedaba en manos de la Dirección del periódico, que podía disponer de él para
trasladar a quienes quedaban responsabilizados de cerrar la edición y enviarla
a imprenta. Enver se ofreció a reemplazar al chófer.
-Esta noche
está muy bonita para manejar por la ciudad- dijo.
Además, “hay
que relevar a Gregory”, acotó; el único fotógrafo que tenían, quien siempre se
ofrecía para esa labor, así como para todas las que no le tocaban, porque era todo
un “galán”, como decía Valentina,
presto a resolver lo que surgiera, sólo con una condición: “si me regalas una sonrisita, mi amor plantónico”, le decía siempre
a su eterna amiga, ahora, compañera de trabajo: Valentina.
Pero, la bonita noche no era la verdadera
motivación de Enver para quitarse el traje de Director y ponerse el chaleco de chófer. Su quid era la virilidad erguida y
frustrada horas antes, en la cocina, cuando Valentina lo incitó a descubrir “el después de un abrazo”, desnudando al
simple ser carnal que era, ése que le asaltó los labios y, en segundos, se
entregó a un díscolo encuentro con los besos más corrompidos que había ensayado
en su vida.
El yogurt
de ciruelas, que el estómago de Valentina apremiaba esa noche, terminó servido
entre pezones y ombligo. Las manos anchas de Enver, sus groseros dedos, sus
labios abombados y su lengua rasposa lo degustaron, tanto como la angustia del
orgasmo que Valentina dejó manar, apenas sintió su hálito de hombre entre los
senos; minutos antes de escuchar pasos sobre la escalera por donde se accedía a
la cocina, desde las oficinas de Redacción.
La pareja
había logrado salvarse de ser pillada in fraganti, gracias a las dobles
entradas y salidas que tenían todos los espacios de esa edificación, construida
por un afamado hombre de negocios enrevesados, con suficientes razones para
tener siempre a mano una puerta de
escape.
Pero, a
Enver le fue imposible recuperar la sensatez, el reptil lo poseía, necesitaba culminar su tropelía. Y, ese hueco en
la nomina de servicios los fines de semana era la oportunidad perfecta, pues,
Valentina siempre pedía ser la última persona en el reparto, le gustaba
asegurarse de que sus compañeros de labores
llegaran a casa.
-Los
dejamos a todos y escapamos a terminar el después del abrazo- leyó Valentina en
un PIN que Enver le envió a su recién estrenado Black Berry.
-No voy a
casa esta noche, lo dejamos para otra ocasión- decía el PIN que ella respondió,
causándole una desazón que no supo cómo entender.
Y, antes de permitirle
preguntar, Valentina dijo:
-Jefe, a mi
me deja en la Calle de Los Cafés. Me están esperando ahí.
Él trató de
disimular la molesta sensación del brusco desaire, pero, no aguantó y soltó un sarcasmo:
_ ¡Ah,
pero, tenías rumba planeada y no invitaste!
Valentina aflojó una risotada,
mientras el “galán”, Mónica y Mikel, los otros dos compañeros de trabajo que iban a bordo, se
sumaron al reproche de Enver, en medio de típicas mamaderas de gallo que el tema dejaba colar.
*Imagen tomada de: https://requestreduce.org/categories/dibujos-a-lapiz-de-amor.html
**********************
III
Otra vida tras el telón
Valentina
bajó del carro en la esquina donde iniciaba la famosa Calle de los Cafés, y caminó abriéndose pasó entre jóvenes agolpados
en las aceras, para quienes la diversión estaba fuera de “los cafés”, alrededor
de sus vehículos “tunning”,
contorsionándose al ritmo del reggaetón, mientras bebían cerveza.
A mitad de
la calle, entró en uno de los establecimientos abiertos, donde la concurrencia
era menor y la bullaranga soportable; cruzó una terraza descubierta e ingresó a un salón con luz
tenue, aire acondicionado y música latina.
Se detuvo,
miró hacia el rincón de la izquierda y sonrió, apretando la mirada con un gesto
de saludo. Se encaminó hacia allá. Un hombre alto, trigueño, corpulento, se
levantó de una de las mesas y fue a su encuentro con un efusivo abrazo.
-¿Cómo
está, compañera? Bueno, para qué preguntó, usté' siempre está bien, mejor
imposible, mire nada más, cada día más bonita…
Valentina,
ni se inmutó con el halago, sólo echó a reír, como siempre. Ya era costumbre
que, cada vez que veía a Rafael, recibiera una serie de piropos, el uno más notorio que el otro. Era
parte de la cultura de la isla, así lo entendía ella. Había tratado con cubanos
desde hacía varios años, cuando llegaron las Misiones Sociales, implementadas
como política social, por acuerdo entre los gobiernos de Chávez y Fidel; y Rafael, el Coordinador para estos Programas en la zona, no era la excepción.
Valentina
sintió como las manos de Rafael le asaltaron la cintura y la escoltaron hasta
la mesa donde él estaba sentado, cuando ella apareció.
-¿Qué
quieres tomar? Le preguntó, mientras, caballerosamente, apartaba una silla para
que se sentara.
-Yo pedí un
mojito, está sabrosito, no es como los nuestros; pero, vaya, se parece…
-Bueno… yo
quiero un mojito, también.
*Imagen tomada de: https:https://www.imagenesmy.com/imagenes/happy-and-sad-drawing-faces-83.html
**********************
-El próximo jueves, a las tres de
la tarde, te espera el Cónsul. Ya sabes dónde, ¿cierto?- Comentó Rafael,
compartiendo su mirada entre el mojito que Valentina acercaba a sus labios, y
la mirada fija que ella le estaba regalando.
-Sí, pero, ese día es probable que
aparezca gente de Caracas por el periódico. Si es así, es difícil que pueda
llegar a esa hora. Tengo que recibir a esos burócratas del ministerio…gajes del
oficio…
-¡Uhmmm, cosa más grande! Él te
espera. Tiene una consulta importante que
hacerte.
-Yo creí que me
tenía listos los pasajes a Varadero. ¡Oye, ya me tocan vacaciones!
Rafael soltó una carcajada que
contagió a Valentina, como siempre, pues, reír no le costaba nada. Él le tomó
la mano, la miró y le susurró ladinamente:
-A Varadero sería bueno que fueras
conmigo…
-¡Invítame!
-¿Irías conmigo?
-Sin discusión.
-Vine a buscar un yogurt que guardé en la nevera. Tengo hambre.
Valentina abrió el refrigerador, se inclinó para ver entre la maraña de loncheras, vegetales y gaseosas que amontonaban ahí, tanto los de redacción, como los de imprenta; ubicó su yogurt, estiró la mano y lo sacó, ofreciéndole casi que una contemplación ritual al vasito con fermentos lácticos y ciruela que estaba buscando. Cerró la nevera y se dio vuelta, encontrándose con Enver, monumental, tras ella, casi que auscultándola. Ella se perturbó. Entonces, atinó una pregunta, la única que tenía cabida, la que Enver urgía responder.
-¡Ajá, y usted que vino a buscar por acá?
-A ti- contestó él.
Nada más importó, sólo el silencio que ambos pactaron, de forma inconsciente, para permitirse mirar el fondo de los ojos del otro, enfrentar sus labios, sentir la respiración agitada de cada uno sin distinguir la propia, hasta sorprenderse envueltos en un abrazo que Valentina osó desafiar, susurrando:
-¿Y… el después del abrazo? Recuerde que tengo una curiosidad atrevida, capaz de averiguarlo…
En ese momento, a Enver se le rompió el caparazón de hombre ministerial, cayó del tabernáculo donde ejercía autoridad y se transformó en macho, un reptil común y corriente, dominado por los instintos.
*Imagen tomada de: https://pixabay.com/es/dibujo-el-amor-pasi%C3%B3n-l%C3%A1piz-876896/
-Esta noche está muy bonita para manejar por la ciudad- dijo.
Además, “hay que relevar a Gregory”, acotó; el único fotógrafo que tenían, quien siempre se ofrecía para esa labor, así como para todas las que no le tocaban, porque era todo un “galán”, como decía Valentina, presto a resolver lo que surgiera, sólo con una condición: “si me regalas una sonrisita, mi amor plantónico”, le decía siempre a su eterna amiga, ahora, compañera de trabajo: Valentina.
Pero, la bonita noche no era la verdadera motivación de Enver para quitarse el traje de Director y ponerse el chaleco de chófer. Su quid era la virilidad erguida y frustrada horas antes, en la cocina, cuando Valentina lo incitó a descubrir “el después de un abrazo”, desnudando al simple ser carnal que era, ése que le asaltó los labios y, en segundos, se entregó a un díscolo encuentro con los besos más corrompidos que había ensayado en su vida.
El yogurt de ciruelas, que el estómago de Valentina apremiaba esa noche, terminó servido entre pezones y ombligo. Las manos anchas de Enver, sus groseros dedos, sus labios abombados y su lengua rasposa lo degustaron, tanto como la angustia del orgasmo que Valentina dejó manar, apenas sintió su hálito de hombre entre los senos; minutos antes de escuchar pasos sobre la escalera por donde se accedía a la cocina, desde las oficinas de Redacción.
La pareja había logrado salvarse de ser pillada in fraganti, gracias a las dobles entradas y salidas que tenían todos los espacios de esa edificación, construida por un afamado hombre de negocios enrevesados, con suficientes razones para tener siempre a mano una puerta de escape.
Pero, a Enver le fue imposible recuperar la sensatez, el reptil lo poseía, necesitaba culminar su tropelía. Y, ese hueco en la nomina de servicios los fines de semana era la oportunidad perfecta, pues, Valentina siempre pedía ser la última persona en el reparto, le gustaba asegurarse de que sus compañeros de labores llegaran a casa.
-Los dejamos a todos y escapamos a terminar el después del abrazo- leyó Valentina en un PIN que Enver le envió a su recién estrenado Black Berry.
-No voy a casa esta noche, lo dejamos para otra ocasión- decía el PIN que ella respondió, causándole una desazón que no supo cómo entender.
Y, antes de permitirle preguntar, Valentina dijo:
-Jefe, a mi me deja en la Calle de Los Cafés. Me están esperando ahí.
Él trató de disimular la molesta sensación del brusco desaire, pero, no aguantó y soltó un sarcasmo:
Valentina aflojó una risotada, mientras el “galán”, Mónica y Mikel, los otros dos compañeros de trabajo que iban a bordo, se sumaron al reproche de Enver, en medio de típicas mamaderas de gallo que el tema dejaba colar.
**********************
Otra vida tras el telón
Valentina bajó del carro en la esquina donde iniciaba la famosa Calle de los Cafés, y caminó abriéndose pasó entre jóvenes agolpados en las aceras, para quienes la diversión estaba fuera de “los cafés”, alrededor de sus vehículos “tunning”, contorsionándose al ritmo del reggaetón, mientras bebían cerveza.
-¿Cómo está, compañera? Bueno, para qué preguntó, usté' siempre está bien, mejor imposible, mire nada más, cada día más bonita…
Valentina, ni se inmutó con el halago, sólo echó a reír, como siempre. Ya era costumbre que, cada vez que veía a Rafael, recibiera una serie de piropos, el uno más notorio que el otro. Era parte de la cultura de la isla, así lo entendía ella. Había tratado con cubanos desde hacía varios años, cuando llegaron las Misiones Sociales, implementadas como política social, por acuerdo entre los gobiernos de Chávez y Fidel; y Rafael, el Coordinador para estos Programas en la zona, no era la excepción.
Valentina sintió como las manos de Rafael le asaltaron la cintura y la escoltaron hasta la mesa donde él estaba sentado, cuando ella apareció.
-¿Qué quieres tomar? Le preguntó, mientras, caballerosamente, apartaba una silla para que se sentara.
-Yo pedí un mojito, está sabrosito, no es como los nuestros; pero, vaya, se parece…
-Bueno… yo quiero un mojito, también.
-Sí, pero, ese día es probable que aparezca gente de Caracas por el periódico. Si es así, es difícil que pueda llegar a esa hora. Tengo que recibir a esos burócratas del ministerio…gajes del oficio…
-¡Uhmmm, cosa más grande! Él te espera. Tiene una consulta importante que hacerte.
-Yo creí que me tenía listos los pasajes a Varadero. ¡Oye, ya me tocan vacaciones!
Rafael soltó una carcajada que contagió a Valentina, como siempre, pues, reír no le costaba nada. Él le tomó la mano, la miró y le susurró ladinamente:
-A Varadero sería bueno que fueras conmigo…
-¡Invítame!
-¿Irías conmigo?
-Sin discusión.
**********************
IV
Por la avenida principal de
Mariara, antes, junto y después del Hospital Simón Bolívar, hay infinidad de
comercios, locales prestadores de todo tipo de servicios, instituciones
escolares, una urbanización construida por el Gobierno Bolivariano, en el
Programa Misión Vivienda Venezuela; además de buses, busetas, carros y
camionetas que van y vienen, un mundo de indigencia
canina ignorada, más una maraña de gente a pie, que parece mucha, para
caber en este pequeño poblado, ubicado al nororiente de Carabobo.
Al menos, esa fue la impresión que
se generó en Valentina la primera vez
que visitó Mariara, días antes de la inauguración del Hospital Simón Bolívar,
piloto de la Misión Barrio Adentro Dos, dirigido a ofrecer servicios médicos
especiales, a nivel de cualquier clínica privada y de forma gratuita, a quienes
trajesen las referencias necesarias, indicadas por galenas y galenos de Cuba
regados por las barriadas carabobeñas en pequeños consultorios, tan
improvisados como efectivos, a la hora de atender la salud preventiva y
curativa, echada al abandono, durante décadas, por los gobiernos de la Cuarta
República.
Allí estaba Valentina, otra vez,
apeándose de un aparatoso bus, frente al “Hospital de los Cubanos”, como lo
había rebautizado el populacho que allí se atendía.
Esta vez no venía a cubrir alguna
pauta. Tenía una cita, mas no era de salud, aunque llevaba una referencia con
indicaciones específicas para traumatología que, al presentar en recepción, le
dio el pase para subir al primer piso y entrar al laboratorio de Rayos X.
Allí la esperaba un hombre pequeño,
de ojos achinados, cabello negro y con bata blanca, quien le pidió seguirlo
hasta el segundo piso; donde, tras recorrer un largo pasillo con varios
cubículos para atención de diversas especialidades, con sus respectivas colas
de personas sentadas en sillas metálicas alineadas junto a las paredes, se paró
frente a la puerta de “Dirección General”, entró sin tocar e invitó a Valentina
a pasar y tomar asiento, mientras la atendían.
El espacio era pequeño y sólo tenía
un escritorio, una computadora, un archivador, dos asientos, uno tras el
escritorio y otro enfrentado a él, donde Valentina se ubicó. En la pared
opuesta a la entrada había una pequeña puerta que exhibía un gran retrato de
Fidel y Chávez, dándose uno de esos tantos abrazos fraternales que terminaron
pariendo incontables fotografías.
A Valentina le llamó la atención
porque su tonalidad era sepia, gradación que le agradaba mucho, así que fijó su
mirada en él; pero, apenas comenzaba a repararlo, la puerta se abrió y el
retrato desapareció de su mirada, siendo suplantado por la imagen de un hombre corpulento,
moreno, de rasgos fuertes y gestos amables.
El Doctor René, Director del Hospital, se
encontró de frente con la mirada de Valentina y no pudo dejar de notar su
desconcierto, al verlo aparecer, tras aquella puerta.
-¡Compañera, cómo estás, te
asusté?... disculpa… Espero que no te hayamos hecho esperar mucho. ¡Ven, pasa
para acá!-
Tras la pequeña puerta donde
colgaba el afiche en sepia de Fidel y Chávez, Valentina se encontró con una
sala de apartamento, con sofá, dos muebles, mesa de centro, floreros en las
esquinas, equipo de sonido, un gran ventanal, cortinas… nada que ver con un
consultorio médico.
René le pidió sentarse un momento “mientras
preparo un cafecito”, después de lo cual caminó hacia la derecha de la sala,
cruzó una puerta de cocina y se esfumó tras esta.
Valentina no se sentó, echó una
mirada a su alrededor y vio otra portezuela a su izquierda, asediada por una
colección de seis pinturas surrealistas. Luego, caminó y atravesó la sala hasta
llegar al ventanal, que daba a la parte trasera del Hospital, donde se ubicaba
el estacionamiento y un edificio de tres plantas que alojaba al personal médico
y administrativo, asignado a la institución.
De pronto, sintió la vibración de
su Black Berry, bien camuflado
en un bolsillo interior de su bolso, como medida de seguridad que acostumbraba
cuando viajaba en transporte público, para evadir uno de los habituales robos
que se presentaban a bordo de estos vehículos.
Rápidamente, abrió su cartera,
ubicó el escondidijo y sacó el móvil. Era Enver, así que dejó perder la
llamada. Él era un gran conversador y, en este momento, no tenía condiciones
para atenderle.
René apareció de nuevo, cruzando la
puerta de la cocina, con una bandeja sobre sus manos, donde traía una jarra,
tres tazas para café, una vasijita con azúcar, servilletas y una cucharita.
Valentina se volvió y fue a su encuentro.
-Ya el hombre está aquí. ¡Ven!- le
dijo René, sin pararse, y encaminándose hacia la pequeña puerta de la
izquierda.
Valentina lo siguió. René, como un
malabarista, sacó su mano derecha de la bandeja, la sostuvo en pleno equilibrio
con la izquierda, giró la perilla de la puerta, se volteó y gestualmente la
invitó a pasar, invitación que ella aceptó con agrado, en medio de toda la expectación
que este médico le producía, siempre que le veía; desde cuando lo conoció, la
primera vez que visitó el lugar: vestido de obrero, cargando cemento y echando
pañete, junto a otros trabajadores del Hospital, en los días previos a la
inauguración.
No podía creer que la persona a quien iba a entrevistar: el Director, un neurocirujano, la recibiera con braga, en lugar de bata; palustre
en la mano, en vez de un estetoscopio; oloroso a cal, en vez de perfumado; y,
en los sótanos revueltos del edificio, en lugar de en la tranquilidad de su
oficina.
-Aquí somos médicos, obreros y lo
que toque, estamos en una Misión- fue la explicación que René había saltado a
darle, adelantándose a la segura pregunta que asomaba en los ojos de la
periodista.
V
Curso extraviado
Recostado en su sofá colgante, Enver miraba
con ansiedad la pantalla del Black Berry,
mientras los iconos indicaban el repique del móvil de Valentina.
Tras una nueva caída de la llamada,
escurrió los brazos y tiró el teléfono a un lado. Un suspiro profundo hizo rebotar
sus anchos pectorales y le dio la fuerza necesaria para saltar de su silla
movediza y afirmar los pies descalzos en las baldosas de la terraza de su casa,
algo cálidas por el sol que ya empezaba su declive, frente a esta.
Apremió sus pasos y en segundos cruzó
la puerta de entrada a la sala, siguió caminando y se metió en la cocina,
construida y diseñada por él mismo -como toda la casa- en forma semicircular, al final de la sala, donde se
abría un pasillo que daba a las habitaciones.
El silencio que moraba en ese
momento se le antojó triste. Volvió a suspirar y, entonces, le salió una
expresión muy suya:
-¡Vacié, pueʼ… sacúdete, Enver, qué
fue pana…?-
Y el sacudón operó. Abrió la
nevera, sacó berenjenas y pimentones rojos, los colocó en el lavaplatos, soltó
el grifo y los lavó. Luego, abrió el armario de los utensilios y cogió dos ollas,
una sartén, un cuchillo, además de varios cubiertos.
Entonces, se dedicó a preparar sus apetecidas
cremas de berenjena y pimentón, sin poder evitar que Valentina le ocupara el
pensamiento. Varias escenas, como tráileres
de promoción cinematográfica, se
le sobrepusieron en sus recuerdos. Arrancaban con la tarde en que ella llegó a
su vida, vestida con una larga falda negra de encajes que se movían al ritmo
alegre de sus pasos; una blusa vino tinto, de tela elástica, ceñida al cuerpo,
con cuello de tortuga y mangas ausentes que asomaban sus hombros redondos y
brazos delgados; sandalias tejidas, una mochila arhuaca cruzada y una delgada
carpeta con una apretada síntesis curricular, que ella justificó de forma
profesional:
-Es una formalidad, las periodistas
no nos leemos en currículos, sino en reportajes, crónicas, entrevistas; en fin…
en la práctica.
Conocerla había sido un asalto de
impresiones que nunca esperó volver a vivir, después de una veintena de años
ostentando con orgullo su inalterable matrimonio con Mariana, quien tres veces había parido la descendencia que le devolvía su bitácora, cuando algún aguacero
le desaparecía el horizonte.
Pero, esa tarde que Valentina
apareció se había corrido el curso de su nave, tenía la sensación de que, en la
historia de su vida, algo había vuelto a empezar.
Ella, caminando hacia su cubículo,
cuando llegaba en las tardes; acomodándose frente a la computadora para
quedarse ahí, como hipnotizada, escribiendo hasta terminar sus entregas diarias;
mientras, él observándola desde el ventanal
de su oficina -que estaba un piso más arriba de la sala de redacción, pero,
justo frente al cuchitril de Valentina- fue la escena que secuenció su memoria,
esa tarde, entre pimentones dorándose y berenjenas chamuscándose.
Y, luego, ese paso compulsivo que se
atrevió a dar, cuando una de esas tardes le pasó el PIN desencadenante de aquel algo
que había vuelto a empezar en su vida:
-
Quien diseñó esa blusa, lo hizo pensando en tus hombros y con toda la intención
de distraer a este hombre llamado Enver.
-Si es
seria la distracción, me pongo un sweater. Hay mucho trabajo. No nos conviene
que el Director se distraiga- le contestó Valentina, con un
arresto falso de indiferencia que él supo leer como una licencia para usar cuanto
recurso necesitara, a fin de ganar la pelea con la página en blanco que urgía
por tipiar, para desencadenar aquella historia.
-¡No
los tapes, jamás, te lo pido! Esos hombros tuyos inspiran mis tardes. Y
cualquier cosa que frene la inspiración, es contra natura.
Cuando Valentina leyó ese PIN, supo
que había abierto el lead de una ficción
que escribiría a cuatro manos con su Director. Levantó su mirada hacia la
ventana de la oficina de Enver y lo encontró ahí, parado, observándola. Ya no
pudo continuar su trabajo, así que se puso de pie, le dio la espalda y se fue hacia
la cocina,-ubicada hacia el fondo
y arriba de la Sala de Redacción-, a prepararse un café
cargado, como acostumbraba cada vez que necesitaba concentración. No había
terminado de saborearlo, cuando sus emociones alteradas le dictaron un poema que
envió a Enver, sin pensarlo dos veces, entre PIN y PIN.
Tengo curiosidad por el
destino de mis hombros
en sus labios/
Curiosidad traviesa, tentada
a liberar la demencia
y enjaular al juicio/
Curiosidad atrevida, capaz
de averiguar
el después del abrazo/
Curiosidad fatal,culpable de que sus ojos me descubran
y decidan mirarme siempre/
Curiosidad insensible,
decidida al abandono de lo decente/
Curiosidad irresponsable, que no sabe a dónde irá
la demencia puesta en libertad/
Curiosidad insurrecta, que le declara la guerra al recato/
Curiosidad oportuna, porque quiere creer lo increíble…
Y, así, mientras sus manos licuaban
la pulpa ahumada de berenjena con ajo, cebollín y orégano, para dar vida a su
primera crema del día; su mente le sobreponía otra escena: él, encerrado en su
oficina, tratando de controlar su virilidad erguida, tras leer las letras con
que Valentina había confrontado de tajo sus insinuaciones.
Aquel poema era un
indiscutible punto de giro que él
intentó resolver esa misma noche, cuando la siguió a la cocina y ella le retó a
complacer su curiosidad traviesa
sobre el después del abrazo.
VI
Tarea necesaria
Arminio Zubero, el Cónsul de Cuba
acreditado en la Región Central de Venezuela, estaba sentado en el borde de un
mesón ovalado, frente al teclado de un mini procesador, en el centro del salón
que se descubría, tras superar la pequeña puerta rodeada de arte surrealista.
Tan pronto entraron Valentina y
René -con su bandeja de café sobre la mano izquierda y haciendo peripecias con
la derecha para cerrar la puerta- Arminio se levantó y saludó a Valentina con
la fraternidad que siempre le expresaba, y que le otorgaba a sus abrazos la ternura
del abuelo que ella nunca había tenido.
Él era un hombre ajeno a las
formalidades de la diplomacia, se declaraba “un combatiente” que, “antes tuve a
la Sierra Maestra, ahora, tengo al servicio exterior como trinchera.”
Mientras René se complacía en
servir su recién preparado café, Arminio y Valentina abrieron conversación.
-¿Cómo hiciste con la visita
ministerial que tenías hoy en el Periódico? Rafael me dijo que ibas a llegar
algo tarde por eso.
-La suspendieron. El Presidente
convocó a Consejo de Ministros, y la Viceministra para medios tuvo que ocuparse
con un informe que le pidió su jefe. Usted sabe como son, todo a última hora.
-¡Ufff! A nosotros nos tienen locos
con eso, todavía no nos acostumbramos, pero… así es este proceso, es parte de
la cultura política venezolana… ¡Qué se hace! Hay que respetarla, aprender, de
pronto nosotros somos muy rígidos, todo planificado, y eso no funciona siempre.
¿Y tu niña, cómo está, se gradúa este año, no?
-Sí, este año termina bachillerato.
Está bien. Me dio una sorpresa estos días.
-¿Y eso? No me digas que aceptó
estudiar Medicina en Cuba.
-No, ella no quiere nada con Medicina,
a pesar de que le dije que usted le ofrecía beca en Cuba. Es una artista nata.
La danza es su pasión, quiere estudiar algo que la nutra como bailarina.
-Pues, la mandamos a estudiar con
Alicia Alonso. Ya está, no se hable más. Pero, ¿qué, cuál fue la sorpresa?
-Imagínese que ella siempre ha
dicho que no le gusta la política, que lo de ella es la defensa de los animales
y que, algún día, va a organizar una fundación para eso. Pero, hace dos noches me
dijo: “Pasé por la Plaza Bolívar y me inscribí en el Psuv”. Yo me quedé como
pasmada, y le pregunté: “¿Y eso, si a ti no te gusta la política?”. Me contestó
por la calle del medio: “Lo hice para ayudar a Chávez, porque él se está
matando por este país y pidió que lo apoyaran; por eso, no por la gente que sólo
quiere que le den beneficios”. ¿Cómo le parece?
-Que hay que brindar por esa
actitud, y aquí está un café bien cargado para el brindis, nada mejor- dijo
René, interrumpiendo la conversación entre el Cónsul y Valentina, quienes
estaban de pie, entre el mesón y la puerta.
Tras la invitación de René y sus
señas para que se sentaran y degustaran la bebida humeante que dejaba fluir su
seductor aroma amargo en el espacio, Valentina y Arminio se acercaron al mesón
y se sentaron donde René les había indicado.
Después del silencio, casi solemne, que
el trío guardó, mientras degustaba el primer sorbo de café, el Cónsul le dijo a
Valentina:
-Eso que me cuentas de tu hija, es
de las cosas hermosas que se están viviendo aquí. Es el fenómeno Chávez. El
hombre es capaz de mover la fibra de mucha gente, de romper la barrera del
apoliticismo que el sistema ha venido instalando en los pueblos, sobre todo, en
la juventud.
¡Ah! Pero, una cosa si te digo: a esa niña la tenemos que mandar a
estudiar con Alicia Alonso, porque a ese paso, y con esa herencia tuya, va a
terminar siendo militante. ¡Cosa más grande! Y no la podemos perder como
bailarina, es muy buena en escena… ¡Qué yo la he visto, eehhh! La Revolución,
también, necesita artistas.
*********************
-Hay personas promoviendo una duda sobre
a quién debe apoyar el Comandante para la Gobernación del estado. Son dos
militares los que suenan. Tú sabes, el
General que sin titubeo puso en su
lugar al empresario del monopolio de alimentos y cerveza; y el que se salvó de
un falazo el 27 de noviembre del 92.
Y, al parecer, eso lo van a mediatizar los de la derecha. ¿Qué sabes de eso?
Valentina se quedó en silencio unos
segundos, tras las palabras de Arminio, y respiró profundo. Sus ojos se desplazaron hacia la platabanda del salón.
Luego, volvió su mirada hacia René, le mostró su pocillo vacío, y volteó hacia
el Cónsul para decirle:
-Es que necesito más cafeína para
ordenar mis ideas.
Los tres se rieron. René sirvió una
nueva ronda de café, que seguía caliente y oloroso. Entre tanto, Arminio retomó
la palabra:
-Hay que considerar que el primero
es casi un héroe para mucha gente, porque ese don de mando que mostró con la
toma de la planta, con su irreverencia contra el empresario que se creía
superpoderoso, define el prototipo del caudillo que está instalado en la idiosincrasia venezolana. El segundo ha
sido clave para saber por dónde va a venir
la derecha, tiene ojos y oídos en todo el país, es el hombre de la
inteligencia de Chávez, y Carabobo es valiosísimo para la economía nacional,
tiene refinería, tierras, industria y salida al mar…
-¿Y por qué las dudas? Si, desde
que el General se tomó la planta,
decomisó los alimentos acaparados y los mandó a distribuir al precio legal; lo
que corre aguas abajo es que él va a
ser el candidato de Chávez, y que con esa candidatura la Gobernación será
bolivariana.- Inquirió Valentina, tras degustar su segundo café.
-Porque este estado es muy complicado.
Aquí, el Comandante ha tenido que manejarse con mucho tacto para que se sigan
líneas. La dirigencia regional del chavismo tiene su propio ritmo.- Afirmó
René.
-Así es. Además, el actual
Gobernador es un peso pesado, prácticamente instauró una dinastía. Son muchos
años con el poder. Hay que saber cuidar al candidato.- Acotó Arminio, tras lo
cual Valentina, cruzando su mirada hacia ambos, dijo:
-¡Ya, claro! Pues, indaguemos,
donde tenemos la fuerza: en el sur de Valencia. Ahí están los votos y el
chavismo sincero. Y saltemos sobre los medios de la dinastía carabobeña.
Arminio volteó hacia René y, luego,
bajando algo su voz, le dijo a Valentina:
-Es un asunto que se debe manejar
con cuidado. Primero, porque nosotros no queremos intervenir en la política
interna, sólo estamos aquí para ayudar al proceso, con lo que podamos. Así que, cualquier indagación debe ser muy objetiva. Segundo, para no prevenir a la
derecha, que está en vilo buscando información sobre la candidatura, para
empezar a tejer sus manipulaciones. Y, además, por los dos implicados. Dejar
colar una duda del Comandante, acerca de cualquiera de ellos… ¡Hummm,
caballero!
Imagen tomada de: deposiphotos
*********************************************************
VII
Espejo roto
Antes de abandonar el Hospital, Valentina
entró al cafetín que frecuentaban pacientes, familiares y visitantes del centro
médico, para revisar su móvil; pues, tan pronto salió de la reunión, el aparato
casi convulsiona con todas las llamadas y mensajes retenidos en algún lugar del
espacio radioeléctrico, gracias al dispositivo
bloqueador de señales que estaba instalado sobre una repisa, en una esquina del
salón, semejando a un viejo CPU.
En el cafetín debía ordenar alguna
cosa, si quería permanecer allí; así que sin vacilar le dijo a la mesera que se
acercó con la carta: “un café bien cargado, sin azúcar, y una ambrosía.”
Después de ojear la lista de llamadas
perdidas, mensajes de texto y PINES, optó
por atender, en primer lugar, a Mónica, quien expresaba un apremio:
-Ya
sé que pediste la tarde libre, pero, es algo urgente, comunícate- decía,
tanto en mensaje de texto, como en un PIN.
Inmediatamente, la llamó.
-¡Hola, qué pasó? Estaba sin señal.
Apenas veo tus mensajes y llamadas.
-Nos cortaron la luz, hace como tres
horas. Opté por mandar al personal a su casa. Total, lo que se estaba
trabajando, aún no tiene fecha de salida. Menos mal que, todavía, no estamos
circulando.
-¿Y por qué la cortaron?
-Dijeron que era una orden contra
todos los deudores morosos.
-¿Y el edificio del Periódico está
moroso, cómo así, si eso lo paga el Ministerio?
-Me mostraron las facturas
vencidas, más de un año sin pagar, Valentina.
-¿Y les dijiste que ese edificio
está en manos del Ministerio de Comunicación?
-Sí, y no sólo eso. Les expliqué
que estamos diseñando y organizando la salida de un medio de comunicación
impreso para que el pueblo pueda expresarse, para contrarrestar las mentiras de
los medios de la región, les hablé de la visión
comunitaria, artística… ¡Qué no les dije! Les pedí un plazo hasta mañana
para que el Ministerio resolviera, de institución a institución, que somos la
misma gente, pero… nada. La orden era cortar y cortaron.
-Bueno, pues, es vergonzoso que un
Ministerio deba el servicio de electricidad, sobre todo, al mismo Estado, y
cuando el mismísimo Presidente está exigiendo responsabilidad en el
cumplimiento de las obligaciones… Pero, también, me parece raro que se les
ocurra pasar factura, ahora.
Tan pronto se despidió de Mónica,
llamó a Enver. Era el primero en la lista y número de llamadas perdidas.
-¿Cómo estás? Te he llamado muchas
veces.
-Bien. Sí, ya vi. Estaba sin
cobertura. Tenemos un problema serio en el Periódico: nos cortaron la
electricidad.
-¿Quéee, cómo es la vaina? ¡Jejeje,
eso suena muy chistoso!
-Pues, sí. Según le dijeron a
Mónica, el edificio tiene una mora de un año.
-¡Ahhh, veeergaaa!
-Lo estoy llamando para que le
informe a la Vice. Mónica suspendió labores hoy, pero, mañana necesitamos estar
operativos.
-¿Sólo por eso me estás llamando?
Yo pensando que querías oír mi voz. Porque… yo si estaba loco por oír la tuya.
Valentina soltó una carcajada,
luego, insistió en la urgencia de resolver el asunto.
-Yo tengo una amiga en la
Corporación de la Electricidad. Sé que, tan pronto le cuente, ella nos va a
mandar a reconectar. Pero, es importante que eso se solucione y que la deuda se
pague. Es un mal ejemplo. Da pena.
-Sí, claro. Tranquila, ahora mismo
me pongo en contacto con la Vice. Pero, es en serio: necesitaba oírte. Por eso
te llamé tantas veces.
-Bueno, pues, nos podemos oír
mañana. Usted irá por allá, supongo. Hay que revisar los trabajos que vamos a
presentar en la Edición Cero. Ya sólo nos quedan 30 días para ese tiraje.
-Mañana es mi cumpleaños.
-¡Ah, sí? Bueno, pues, al final de
la tarde lo celebramos. Yo me puedo encargar de la torta.
-Eso me haría muy feliz. Pero, no
creo que pueda salir de aquí. Mariana pidió el día en su trabajo, ya anunció festejo. Es complicado para mí,
sobre todo por los muchachos.
-Sí, claro, entiendo. Quédese en su
casa. Sería terrible hacerle ese desplante a Mariana. Esas son cosas que las
mujeres nunca olvidamos.
-No quiero hablar de ella contigo.
Quiero hablar contigo de ti y de los dos.
-¡Uhmmm! Pues, Mariana existe y
seguirá existiendo. La realidad no se puede obviar. Y ella es su realidad. No
yo.
Hubo un silencio por varios segundos
que Valentina venció con un “¡Aló!”, inquiriendo presencia del otro lado de la
línea; a lo que Enver, con una tonalidad dulcemente desconsolada, le recusó:
-Tú dices eso, porque no sabes nada
de mí. Cuando te conocí, se quebró el
espejo donde miraba mi presente.
**********************
Mientras limpiaba su rostro con
aceite de oliva, como hacía cada noche, antes de irse a dormir; Valentina notó
la fisura que tenía el espejo de su baño. Estaba roto hacía meses, por un
apretón de más que ella misma le había dado, cuando le frotaba papel periódico
para abrillantarlo.
Aunque en las instrucciones
primarias de la costa Caribe macondiana, donde creció, había aprendido que un
espejo roto debía ser inmediatamente descolgado y sumergido en una palangana de
agua, como única contra para evitar siete años de mala suerte; el espejo quebrado de
su baño seguía colgado sobre el lavamanos, totalmente ignorado, tanto por ella,
como por las otras dos mujeres que habitaban la casa: su madre y su hija.
Las incredulidades de las tres,
tomadas de la militancia comunista de Leonardo Alfonzo Briceño Amariz, su
padre, daban por descontados los agüeros populares repetidos al caletre por
generaciones. Por eso, ese espejo roto seguía guindado en el baño, ignorando
toda una cultura mítica de fatalidad, a tal punto que hasta la fractura pasaba
imperceptible.
Sin embargo, aquella noche el
quiebre del cristal se había revelado ante la mirada de Valentina, en una
asociación del inconsciente que la obligaba a volver en razón sobre una ofuscación
que pretendía olvidar: las últimas
palabras de Enver, esa tarde, tras el auricular de su móvil: “…cuando te conocí, se quebró el espejo donde miraba mi
presente.”
Tras esa metáfora, Valentina sólo
había optado por articular un silencio, que puntualizó colgando la llamada. Ahora,
su rostro reflejado en aquel espejo roto le recordaba esas palabras de Enver, al
encontrarse allí como un retrato fragmentado.
-¿Cómo se refleja el presente de
Enver, entonces?- se preguntó Valentina.
-¿Tendrá dos dimensiones o una
dimensión partida en dos?- siguió interrogándose, con los ojos fijos en su
reflejo dual.
De pronto, su corazón acusó un par de latidos compulsivos y en el
espejo su rostro se movió a la izquierda para darle espacio al de Mariana, que
asomó por la derecha, con una expresión igual de perpleja a la que percibía de sí misma.
Luego, las imágenes se juntaron, dejando apreciar sólo la mitad de cada rostro.
Mariana y ella eran dos rostros y uno solo, a la vez.
Valentina cerró irreflexivamente
los ojos y sacudió su cabeza dibujando una negación. Cuando volvió a mirarse en
el espejo, estaba solo ella, bifurcada, tras la hendidura del cristal.
-Es hora de un espejo nuevo. Ya
este empezó a reflejar locuras- se dijo, procediendo a descolgarlo.
-¿Por qué me tiene que importar
cómo refleja su vida este hombre? No es mi problema, allá él- se dijo, mientras
arrinconaba el espejo roto, tras la papelera del baño.
-Enver será un círculo cerrado,
pronto- continuó su monólogo interior, reafirmándose en la promesa que se había
hecho de mantener sólo relaciones furtivas en el resto de su existencia. Los
romances, la sola idea de volver a compartir vida con un hombre, le generaban
desazón.
Después de muchos años de
idealizada vida marital, había descubierto que el matrimonio monogámico era una
farsa, que no había cabida en el sistema para una vida en pareja sin rutinas,
cansancios, aburrimientos, represiones, mentiras e infidelidades. Su separación
había sido una mezcla de dolor y satisfacción, un sádico abanico que soplaba impresiones
de fracaso y triunfo, a ritmo constante. Al fin y al cabo, todo había concluido
en una bonita relación de amistad y camaradería, en un vínculo indisoluble de
familiaridad que gustaba preservar. Pero, ya no podía, ni quería, volver a ser
pareja de alguien. “Fue una vivencia necesaria, no me arrepiento”, así definía
su vida matrimonial; pero, “yo no me volveré a casar, ni nada parecido… etapa
superada”, agregaba, cada vez que el tema saltaba en alguna conversación.
Por eso, no pudo, ni quiso,
responder las palabras de Enver esa tarde. Sonaban a compromiso. Y no era hacia
ese horizonte a donde ella quería mirar. Además, si algo apreciaba en sus
efímeras aventuras con hombres casados era la negada posibilidad de convertirse
en pareja, la coartada perfecta para desaparecer sin disquisiciones, después de
sosegar su curiosidad traviesa. Aparte
de eso, ¿qué clase de compromiso podría pactarse entre una mujer libre y un
hombre casado? Simplemente, la monogamia de ella y la infidelidad de él. Y, esa
era una historia que Valentina no estaba dispuesta escribir.
Al salir del baño, destendió su
cama y se sentó en la orilla; tomó el móvil que estaba en la mesita de noche,
lo configuró en silencio, activó una alarma para las cinco de la mañana, lo
metió bajo la cama, se tumbó en ella y extendió su brazo izquierdo hacia atrás
para alcanzar el apagador que estaba
justo arriba y en el centro de su cabecera. En la penumbra cerró los ojos,
suspiró y se dijo:
-No seré reflejo de un espejo roto.
*Imagen tomada de Pinterest
*********************************************************
VIII
Cuentos por contar
-Cuando tengas tiempo de comerte un
helado o tomarte un café conmigo, o sea, cuando estemos face to face, te echo el cuento, bien conta‘o, sobre clientes
morosos y órdenes de corte en la Corporación, mamita- le dijo Gladis a Valentina, tras recibir su llamada de
agradecimiento por la cuadrilla que había enviado a reconectar la electricidad
en el Periódico.
-Niña,
te prometo que al próximo fin de semana le arrancó un pedazo para nosotras. De
verdad, estos últimos meses los he tenido muy cargados. Claro, te cambio el
café o el helado por unos traguitos, en un lugar que no conoces y que te va a
encantar. ¿Te parece?
-¡Listo,
hermana, pa‘´donde me digas, voy! Sabes que te quiero mucho y me hace falta
hablar contigo. Y por la luz, tranquila, yo me encargo de que no se las vuelvan
a cortar. ¡Qué es eso, vale, echándonos vaina entre nosotros mismos…!
-¡Gracias,
Gladiciña querida, la Patria te lo compensará! Aunque, me voy a poner más cansona que una mosca en el rabo de una
vaca, paʽque el Ministerio pague sus facturas. ¡Eso, tampoco, puede ser!
Gladis
soltó una carcajada con la expresión de Valentina, que sólo pudo cortar cuando
esta se despidió con apremio, alegando tareas urgentes en el Periódico. Y, en
efecto, no había terminado de colgar el móvil cuando ya Valentina saltaba de su
cubículo al de Mónica, para acordar con ella la jornada del día.
Ambas,
por disposición de Enver, eran responsables del Consejo-Jefatura de Información y Redacción, lo que implicaba un sinfín de tareas, aunque
el Periódico estaba en fase preparatoria y aún no tenían fecha definida para la
Edición número 1, habían establecido una rutina de trabajo diario, tal como si
estuviesen circulando; tanto para preparar al equipo, en su mayoría recién
graduado o estudiando, como por el tipo de periodismo que planeaban ejercer,
donde vincularían investigación social, participación comunitaria y defensa del
proceso bolivariano.
No
era una misión fácil, las obligaciones de Mónica y Valentina iban desde chequear
y analizar las matrices que la mediática regional, nacional y global, estaba
tratando de posicionar; revisar orientaciones de política comunicacional,
enviadas por el Ministerio; atender declaraciones y anuncios de Chávez, seleccionar
pautas a cubrir, distribuir el equipo de prensa y fotografía, orientar
diagramación y diseño de portadas, contraportadas y páginas interiores, con sus
debidas jerarquías; hasta sortear el
traslado en el único vehículo con que contaban, una rudimentaria camioneta
destechada donde todo el personal se veía obligado a juntarse bajo sol o
lluvia, y al que ellas mismas tenían que auxiliar para gastos de combustible,
aceite y repuestos, porque los estipendios del Ministerio, todavía, no llegaban
con regularidad.
Además
de eso, trabajaban como redactoras, a mutuo propio y por acuerdo con Enver, a
quien le habían exigido, como condición para asumir sus cargos, el derecho a continuar escribiendo, pues, el
ejercicio periodístico era una verdadera pasión, para estas dos mujeres.
Y, para completar, en ausencia del Director,
debían atender cuanto asunto de relaciones interinstitucionales, profesionales,
laborales o de representatividad del medio, se asomara.
A
esto último, Valentina solía sacarle provecho en función de las facetas ocultas
en su vida, con la complicidad de Mónica, quien desconocía las reales
dimensiones de las desapariciones, reuniones y amistades extrañas a las que su
amiga la había acostumbrado; aunque, desde su perspectiva, lo entendía como los misterios de la Briceño, según la
nombraba, de cuando en vez, aludiendo a su apellido paterno.
Ese
día, aprovechando que el cumpleaños de Enver lo retendría en casa, Valentina
había cuadrado tres reuniones en la oficina de Dirección, espacio que le
permitía la privacidad necesaria para atender tareas del personaje que solía
encarnar en el escenario de su yo recóndito.
-Voy
a separarme del teléfono, si llama el Jefe, invéntate algo, mientras atiendo a
unas personas en su oficina- le dijo a Mónica, después de haber coordinado el
día con todo el equipo.
-Ve
tranquila, yo te cubro. Aunque, no creo que el Jefe se moleste contigo por usar
su oficina. Ése hombre está enamorado de ti.
-¡Ah,
sí! ¿Y de dónde sacas eso, Monik?
-¡Ay,
chica! De las miradas que te echa, y de la observadera que te carga desde la
oficina, mientras tú escribes. Además, me lo confesó que días.
-¿Te
confesó qué? Ese cuento no me lo habías echado¡ A ver…desembucha, niña!
-¡Ah,
pero, te interesa la vaina, no?
-¡Claro!
Tiene que ver conmigo, me tiene que interesar.
-Pues,
antier, que llegué temprano, lo encontré en la cocina tomando café, no sé de
donde saliste en la conversación, pero… de pronto me dijo, por la calle del
medio: “A mi esa mujer me tiene con el corazón recrecido, me da un soponcio
cada vez que la tengo cerquita”.
-¡Jajaja!
Bueno, ya que estás de confesora, te confiaré mis pecados: con ése, va a pasar
lo mismo que con todos, ya me conoces: “una
noche de copas, una noche loca”. Él es un tipo casado, yo una divorciada
eterna… no da paʼ más.
-¡Hummm,
mosca! No te vayas a rascar en esa “noche de copas, una noche loca”, porque
ése se ve que es intenso, y se las trae contigo. Te lo digo yo, que te puedo
contar unos cuantos cuentos…
*Imagen tomada de Pinterest
****************************
IV
Esta vez no venía a cubrir alguna pauta. Tenía una cita, mas no era de salud, aunque llevaba una referencia con indicaciones específicas para traumatología que, al presentar en recepción, le dio el pase para subir al primer piso y entrar al laboratorio de Rayos X.
V
Recostado en su sofá colgante, Enver miraba con ansiedad la pantalla del Black Berry, mientras los iconos indicaban el repique del móvil de Valentina.
Aquel poema era un indiscutible punto de giro que él intentó resolver esa misma noche, cuando la siguió a la cocina y ella le retó a complacer su curiosidad traviesa sobre el después del abrazo.
Espejo roto
VIII
Cuentos por contar
-Cuando tengas tiempo de comerte un
helado o tomarte un café conmigo, o sea, cuando estemos face to face, te echo el cuento, bien conta‘o, sobre clientes
morosos y órdenes de corte en la Corporación, mamita- le dijo Gladis a Valentina, tras recibir su llamada de
agradecimiento por la cuadrilla que había enviado a reconectar la electricidad
en el Periódico.
-Niña,
te prometo que al próximo fin de semana le arrancó un pedazo para nosotras. De
verdad, estos últimos meses los he tenido muy cargados. Claro, te cambio el
café o el helado por unos traguitos, en un lugar que no conoces y que te va a
encantar. ¿Te parece?
-¡Listo,
hermana, pa‘´donde me digas, voy! Sabes que te quiero mucho y me hace falta
hablar contigo. Y por la luz, tranquila, yo me encargo de que no se las vuelvan
a cortar. ¡Qué es eso, vale, echándonos vaina entre nosotros mismos…!
-¡Gracias,
Gladiciña querida, la Patria te lo compensará! Aunque, me voy a poner más cansona que una mosca en el rabo de una
vaca, paʽque el Ministerio pague sus facturas. ¡Eso, tampoco, puede ser!
Gladis
soltó una carcajada con la expresión de Valentina, que sólo pudo cortar cuando
esta se despidió con apremio, alegando tareas urgentes en el Periódico. Y, en
efecto, no había terminado de colgar el móvil cuando ya Valentina saltaba de su
cubículo al de Mónica, para acordar con ella la jornada del día.
Ambas,
por disposición de Enver, eran responsables del Consejo-Jefatura de Información y Redacción, lo que implicaba un sinfín de tareas, aunque
el Periódico estaba en fase preparatoria y aún no tenían fecha definida para la
Edición número 1, habían establecido una rutina de trabajo diario, tal como si
estuviesen circulando; tanto para preparar al equipo, en su mayoría recién
graduado o estudiando, como por el tipo de periodismo que planeaban ejercer,
donde vincularían investigación social, participación comunitaria y defensa del
proceso bolivariano.
No
era una misión fácil, las obligaciones de Mónica y Valentina iban desde chequear
y analizar las matrices que la mediática regional, nacional y global, estaba
tratando de posicionar; revisar orientaciones de política comunicacional,
enviadas por el Ministerio; atender declaraciones y anuncios de Chávez, seleccionar
pautas a cubrir, distribuir el equipo de prensa y fotografía, orientar
diagramación y diseño de portadas, contraportadas y páginas interiores, con sus
debidas jerarquías; hasta sortear el
traslado en el único vehículo con que contaban, una rudimentaria camioneta
destechada donde todo el personal se veía obligado a juntarse bajo sol o
lluvia, y al que ellas mismas tenían que auxiliar para gastos de combustible,
aceite y repuestos, porque los estipendios del Ministerio, todavía, no llegaban
con regularidad.
Además
de eso, trabajaban como redactoras, a mutuo propio y por acuerdo con Enver, a
quien le habían exigido, como condición para asumir sus cargos, el derecho a continuar escribiendo, pues, el
ejercicio periodístico era una verdadera pasión, para estas dos mujeres.
Y, para completar, en ausencia del Director,
debían atender cuanto asunto de relaciones interinstitucionales, profesionales,
laborales o de representatividad del medio, se asomara.
A
esto último, Valentina solía sacarle provecho en función de las facetas ocultas
en su vida, con la complicidad de Mónica, quien desconocía las reales
dimensiones de las desapariciones, reuniones y amistades extrañas a las que su
amiga la había acostumbrado; aunque, desde su perspectiva, lo entendía como los misterios de la Briceño, según la
nombraba, de cuando en vez, aludiendo a su apellido paterno.
Ese
día, aprovechando que el cumpleaños de Enver lo retendría en casa, Valentina
había cuadrado tres reuniones en la oficina de Dirección, espacio que le
permitía la privacidad necesaria para atender tareas del personaje que solía
encarnar en el escenario de su yo recóndito.
-Voy
a separarme del teléfono, si llama el Jefe, invéntate algo, mientras atiendo a
unas personas en su oficina- le dijo a Mónica, después de haber coordinado el
día con todo el equipo.
-Ve
tranquila, yo te cubro. Aunque, no creo que el Jefe se moleste contigo por usar
su oficina. Ése hombre está enamorado de ti.
-¡Ah,
sí! ¿Y de dónde sacas eso, Monik?
-¡Ay,
chica! De las miradas que te echa, y de la observadera que te carga desde la
oficina, mientras tú escribes. Además, me lo confesó que días.
-¿Te
confesó qué? Ese cuento no me lo habías echado¡ A ver…desembucha, niña!
-¡Ah,
pero, te interesa la vaina, no?
-¡Claro!
Tiene que ver conmigo, me tiene que interesar.
-Pues,
antier, que llegué temprano, lo encontré en la cocina tomando café, no sé de
donde saliste en la conversación, pero… de pronto me dijo, por la calle del
medio: “A mi esa mujer me tiene con el corazón recrecido, me da un soponcio
cada vez que la tengo cerquita”.
-¡Jajaja!
Bueno, ya que estás de confesora, te confiaré mis pecados: con ése, va a pasar
lo mismo que con todos, ya me conoces: “una
noche de copas, una noche loca”. Él es un tipo casado, yo una divorciada
eterna… no da paʼ más.
-¡Hummm,
mosca! No te vayas a rascar en esa “noche de copas, una noche loca”, porque
ése se ve que es intenso, y se las trae contigo. Te lo digo yo, que te puedo
contar unos cuantos cuentos…
*Imagen tomada de Pinterest
****************************
El siguiente es un mensaje que Valentina envía a Enver, la antesala del inicio de su romance.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Así como Valentina escribió su antesala del romance con Enver (tras subliminales miradas, palabras, susurros y acercamientos, que Enver había estado regalándole), también redactó una antesala textual del adiós; consciente del abismo pasional que enfrentaría; pero, como cualquier suicida: con una brutal displicencia hacia el miedo.A continuación, les regalo esas letras, que sólo puedo atinar a describir con una palabra: ¡Coraje!
POSDATA: Esta carta fue enviada y publicada en el CONCURSO EPISTOLAR "CARTAS DE AMOR", importante que lo sepan por si la han leído antes o le encuentran en la red, no vayan a pensar en el fatal plagio. El concurso estaba abierto y la carta ya existía con muchos capítulos de la novela, sigo teniendo derechos de autora sobre ella.
---------------------------------------------------------------------------------------
Como les anuncié en principio, esta novela será compartida en forma no lineal. A continuación, les entregaré un episodio importante, uno de los puntos de no retorno en el desarrollo de la historia que, en otra ocasión, publicaré completo.
¡Disfrútenlo!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHermoso!
ResponderEliminarMañana publicaré otro trozo de esta historia. Un abrazo a todas y todos.
ResponderEliminar