FICCIÓN

INTRODUCCIÓN NECESARIA


LAS LÍNEAS QUE LEERÁN A CONTINUACIÓN SON TROZOS DE UNA NOVELA DE MI AUTORÍA, EN PLENA PRODUCCIÓN, CUYO TÍTULO SE DISCUTE AÚN.

ES LA HISTORIA DE DOS AMANTES CLANDESTINOS, APASIONADOS POR EL LENGUAJE, LAS LETRAS, EL SEXO, LA SALSA, EL WHISKY, LA CONTROVERSIA POLÍTICA Y SUS VIDAS AJENAS. 


LOS PROTAGONISTAS: VALENTINA Y ENVER, VIVIRÁN A PLENITUD SU ROMANCE,  OBVIANDO LA CENSURA SOCIAL QUE LOS CONDENA; Y FINGIENDO IGNORAR QUE TODO TENDRÁ UN FIN, HASTA CUANDO EL SILENCIO, IMPOSIBLE DE VENCER, LO DEMARCA.

LA HISTORIA SE DESARROLLARÁ SIGUIENDO LOS TIEMPOS DE LOS AMANTES Y SUS MANERAS. ES ASÍ COMO SE ENCONTRARÁN UNA NARRACIÓN POCO LINEAL, DONDE TOPARÁN CON LAS LETRAS QUE LOS AMANTES SE CRUZAN DÍA A DÍA, APROVECHANDO LA IRRUPCIÓN DE LOS TELÉFONOS BLACK BERRY, OBJETO QUE LES PERMITE ENCENDERSE EN CUALQUIER MOMENTO Y ESPACIO. ESPERO QUE LA SIGAN.

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I

El después del abrazo

-¿Qué haces aquí?

-Vine a buscar un yogurt que guardé en la nevera. Tengo hambre.

Valentina abrió el refrigerador, se inclinó para ver entre la maraña de loncheras, vegetales y gaseosas que amontonaban ahí, tanto los de redacción, como los de imprenta; ubicó su yogurt, estiró la mano y lo sacó, ofreciéndole casi que una contemplación ritual al vasito con fermentos lácticos y ciruela que estaba buscando. Cerró la nevera y se dio vuelta, encontrándose con Enver, monumental, tras ella, casi que auscultándola. Ella se perturbó. Entonces, atinó una pregunta, la única que tenía cabida, la que Enver urgía responder.

-¡Ajá, y usted que vino a buscar por acá?

-A ti- contestó él.

Nada más importó, sólo el silencio que ambos pactaron, de forma inconsciente, para permitirse mirar el fondo de los ojos del otro, enfrentar sus labios, sentir la respiración agitada de cada uno sin distinguir la propia, hasta sorprenderse envueltos en un abrazo que Valentina osó desafiar, susurrando:

-¿Y… el después del abrazo?   Recuerde que tengo una curiosidad atrevida, capaz de averiguarlo…

En ese momento, a Enver se le rompió el caparazón de hombre ministerial, cayó del tabernáculo donde ejercía autoridad y se transformó en macho, un reptil común y corriente, dominado por los instintos.

*Imagen tomada de: https://pixabay.com/es/dibujo-el-amor-pasi%C3%B3n-l%C3%A1piz-876896/
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II

El reptil desairado



Esa noche no había chófer de guardia, era sábado y la nómina no incluía personal de servicios las noches de fin de semana, así que el vehículo de transporte quedaba en manos de la Dirección del periódico, que podía disponer de él para trasladar a quienes quedaban responsabilizados de cerrar la edición y enviarla a imprenta. Enver se ofreció a reemplazar al chófer.

-Esta noche está muy bonita para manejar por la ciudad- dijo.

Además, “hay que relevar a Gregory”, acotó; el único fotógrafo que tenían, quien siempre se ofrecía para esa labor, así como para todas las que no le tocaban, porque era todo un “galán”, como decía Valentina, presto a resolver lo que surgiera, sólo con una condición: “si me regalas una sonrisita, mi amor plantónico”, le decía siempre a su eterna amiga, ahora, compañera de trabajo: Valentina.

Pero, la bonita noche no era la verdadera motivación de Enver para quitarse el traje de Director y ponerse el chaleco de chófer. Su quid era la virilidad erguida y frustrada horas antes, en la cocina, cuando Valentina lo incitó a descubrir “el después de un abrazo”, desnudando al simple ser carnal que era, ése que le asaltó los labios y, en segundos, se entregó a un díscolo encuentro con los besos más corrompidos que había ensayado en su vida.

El yogurt de ciruelas, que el estómago de Valentina apremiaba esa noche, terminó servido entre pezones y ombligo. Las manos anchas de Enver, sus groseros dedos, sus labios abombados y su lengua rasposa lo degustaron, tanto como la angustia del orgasmo que Valentina dejó manar, apenas sintió su hálito de hombre entre los senos; minutos antes de escuchar pasos sobre la escalera por donde se accedía a la cocina, desde las oficinas de Redacción.

La pareja había logrado salvarse de ser pillada in fraganti, gracias a las dobles entradas y salidas que tenían todos los espacios de esa edificación, construida por un afamado hombre de negocios enrevesados, con suficientes razones para tener siempre a mano  una puerta de escape.

Pero, a Enver le fue imposible recuperar la sensatez, el reptil lo poseía, necesitaba culminar su tropelía. Y, ese hueco en la nomina de servicios los fines de semana era la oportunidad perfecta, pues, Valentina siempre pedía ser la última persona en el reparto, le gustaba asegurarse de que sus compañeros de labores  llegaran a casa.

-Los dejamos a todos y escapamos a terminar el después del abrazo- leyó Valentina en un PIN que Enver le envió a su recién estrenado Black Berry.

-No voy a casa esta noche, lo dejamos para otra ocasión- decía el PIN que ella respondió, causándole una desazón que no supo cómo entender.

Y, antes de permitirle preguntar, Valentina dijo:

-Jefe, a mi me deja en la Calle de Los Cafés. Me están esperando ahí.

Él trató de disimular la molesta sensación del brusco desaire, pero, no aguantó y soltó un sarcasmo:

_ ¡Ah, pero, tenías rumba planeada y no invitaste!

Valentina aflojó una risotada, mientras el “galán”, Mónica y Mikel, los otros dos compañeros de trabajo que iban a bordo, se sumaron al reproche de Enver, en medio de típicas mamaderas de gallo que el tema dejaba colar.

*Imagen tomada de: https://requestreduce.org/categories/dibujos-a-lapiz-de-amor.html

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III
 Otra vida tras el telón



Valentina bajó del carro en la esquina donde iniciaba la famosa Calle de los Cafés, y caminó abriéndose pasó entre jóvenes agolpados en las aceras, para quienes la diversión estaba fuera de “los cafés”, alrededor de sus vehículos “tunning”, contorsionándose al ritmo del reggaetón, mientras bebían cerveza.
A mitad de la calle, entró en uno de los establecimientos abiertos, donde la concurrencia era menor y la bullaranga soportable; cruzó una terraza descubierta e ingresó a un salón con luz tenue, aire acondicionado y música latina.
Se detuvo, miró hacia el rincón de la izquierda y sonrió, apretando la mirada con un gesto de saludo. Se encaminó hacia allá. Un hombre alto, trigueño, corpulento, se levantó de una de las mesas y fue a su encuentro con un efusivo abrazo.

-¿Cómo está, compañera? Bueno, para qué preguntó, usté' siempre está bien, mejor imposible, mire nada más, cada día más bonita…

Valentina, ni se inmutó con el halago, sólo echó a reír, como siempre. Ya era costumbre que, cada vez que veía a Rafael, recibiera una serie de piropos, el uno más notorio que el otro. Era parte de la cultura de la isla, así lo entendía ella. Había tratado con cubanos desde hacía varios años, cuando llegaron las Misiones Sociales, implementadas como política social, por acuerdo entre los gobiernos de Chávez y Fidel; y Rafael, el Coordinador para estos Programas en la zona, no era la excepción.

Valentina sintió como las manos de Rafael le asaltaron la cintura y la escoltaron hasta la mesa donde él estaba sentado, cuando ella apareció.

-¿Qué quieres tomar? Le preguntó, mientras, caballerosamente, apartaba una silla para que se sentara.

-Yo pedí un mojito, está sabrosito, no es como los nuestros; pero, vaya, se parece…

-Bueno… yo quiero un mojito, también.

*Imagen tomada de: https:https://www.imagenesmy.com/imagenes/happy-and-sad-drawing-faces-83.html

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-El próximo jueves, a las tres de la tarde, te espera el Cónsul. Ya sabes dónde, ¿cierto?- Comentó Rafael, compartiendo su mirada entre el mojito que Valentina acercaba a sus labios, y la mirada fija que ella le estaba regalando.

-Sí, pero, ese día es probable que aparezca gente de Caracas por el periódico. Si es así, es difícil que pueda llegar a esa hora. Tengo que recibir a esos burócratas del ministerio…gajes del oficio…

-¡Uhmmm, cosa más grande! Él te espera. Tiene una consulta importante que hacerte.

-Yo creí que me tenía listos los pasajes a Varadero. ¡Oye, ya me tocan vacaciones!

Rafael soltó una carcajada que contagió a Valentina, como siempre, pues, reír no le costaba nada. Él le tomó la mano, la miró y le susurró ladinamente:

-A Varadero sería bueno que fueras conmigo…

-¡Invítame!

-¿Irías conmigo?

-Sin discusión.


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                             IV




Por la avenida principal de Mariara, antes, junto y después del Hospital Simón Bolívar, hay infinidad de comercios, locales prestadores de todo tipo de servicios, instituciones escolares, una urbanización construida por el Gobierno Bolivariano, en el Programa Misión Vivienda Venezuela; además de buses, busetas, carros y camionetas que van y vienen, un mundo de indigencia canina ignorada, más una maraña de gente a pie, que parece mucha, para caber en este pequeño poblado, ubicado al nororiente de Carabobo.

Al menos, esa fue la impresión que se generó en  Valentina la primera vez que visitó Mariara, días antes de la inauguración del Hospital Simón Bolívar, piloto de la Misión Barrio Adentro Dos, dirigido a ofrecer servicios médicos especiales, a nivel de cualquier clínica privada y de forma gratuita, a quienes trajesen las referencias necesarias, indicadas por galenas y galenos de Cuba regados por las barriadas carabobeñas en pequeños consultorios, tan improvisados como efectivos, a la hora de atender la salud preventiva y curativa, echada al abandono, durante décadas, por los gobiernos de la Cuarta República.

Allí estaba Valentina, otra vez, apeándose de un aparatoso bus, frente al “Hospital de los Cubanos”, como lo había rebautizado el populacho que allí se atendía.

Esta vez no venía a cubrir alguna pauta. Tenía una cita, mas no era de salud, aunque llevaba una referencia con indicaciones específicas para traumatología que, al presentar en recepción, le dio el pase para subir al primer piso y entrar al laboratorio de Rayos X.
Allí la esperaba un hombre pequeño, de ojos achinados, cabello negro y con bata blanca, quien le pidió seguirlo hasta el segundo piso; donde, tras recorrer un largo pasillo con varios cubículos para atención de diversas especialidades, con sus respectivas colas de personas sentadas en sillas metálicas alineadas junto a las paredes, se paró frente a la puerta de “Dirección General”, entró sin tocar e invitó a Valentina a pasar y tomar asiento, mientras la atendían.

El espacio era pequeño y sólo tenía un escritorio, una computadora, un archivador, dos asientos, uno tras el escritorio y otro enfrentado a él, donde Valentina se ubicó. En la pared opuesta a la entrada había una pequeña puerta que exhibía un gran retrato de Fidel y Chávez, dándose uno de esos tantos abrazos fraternales que terminaron pariendo incontables fotografías.

A Valentina le llamó la atención porque su tonalidad era sepia, gradación que le agradaba mucho, así que fijó su mirada en él; pero, apenas comenzaba a repararlo, la puerta se abrió y el retrato desapareció de su mirada, siendo suplantado por la imagen de un hombre corpulento, moreno, de rasgos fuertes y gestos amables.



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El Doctor René, Director del Hospital, se encontró de frente con la mirada de Valentina y no pudo dejar de notar su desconcierto, al verlo aparecer, tras aquella puerta.

-¡Compañera, cómo estás, te asusté?... disculpa… Espero que no te hayamos hecho esperar mucho. ¡Ven, pasa para acá!-  

Tras la pequeña puerta donde colgaba el afiche en sepia de Fidel y Chávez, Valentina se encontró con una sala de apartamento, con sofá, dos muebles, mesa de centro, floreros en las esquinas, equipo de sonido, un gran ventanal, cortinas… nada que ver con un consultorio médico.

René le pidió sentarse un momento “mientras preparo un cafecito”, después de lo cual caminó hacia la derecha de la sala, cruzó una puerta de cocina y se esfumó tras esta.
Valentina no se sentó, echó una mirada a su alrededor y vio otra portezuela a su izquierda, asediada por una colección de seis pinturas surrealistas. Luego, caminó y atravesó la sala hasta llegar al ventanal, que daba a la parte trasera del Hospital, donde se ubicaba el estacionamiento y un edificio de tres plantas que alojaba al personal médico y administrativo, asignado a la institución.

De pronto, sintió la vibración de su Black Berry, bien camuflado en un bolsillo interior de su bolso, como medida de seguridad que acostumbraba cuando viajaba en transporte público, para evadir uno de los habituales robos que se presentaban a bordo de estos vehículos. 
Rápidamente, abrió su cartera, ubicó el escondidijo y sacó el móvil. Era Enver, así que dejó perder la llamada. Él era un gran conversador y, en este momento, no tenía condiciones para atenderle.

René apareció de nuevo, cruzando la puerta de la cocina, con una bandeja sobre sus manos, donde traía una jarra, tres tazas para café, una vasijita con azúcar, servilletas y una cucharita. Valentina se volvió y fue a su encuentro.

-Ya el hombre está aquí. ¡Ven!- le dijo René, sin pararse, y encaminándose hacia la pequeña puerta de la izquierda.

Valentina lo siguió. René, como un malabarista, sacó su mano derecha de la bandeja, la sostuvo en pleno equilibrio con la izquierda, giró la perilla de la puerta, se volteó y gestualmente la invitó a pasar, invitación que ella aceptó con agrado, en medio de toda la expectación que este médico le producía, siempre que le veía; desde cuando lo conoció, la primera vez que visitó el lugar: vestido de obrero, cargando cemento y echando pañete, junto a otros trabajadores del Hospital, en los días previos a la inauguración. 
No podía creer que la persona a quien iba a entrevistar: el Director, un neurocirujano, la recibiera con braga, en lugar de bata; palustre en la mano, en vez de un estetoscopio; oloroso a cal, en vez de perfumado; y, en los sótanos revueltos del edificio, en lugar de en la tranquilidad de su oficina.

-Aquí somos médicos, obreros y lo que toque, estamos en una Misión- fue la explicación que René había saltado a darle, adelantándose a la segura pregunta que asomaba en los ojos de la periodista.
             


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V
     
Curso extraviado





Recostado en su sofá colgante, Enver miraba con ansiedad la pantalla del Black Berry, mientras los iconos indicaban el repique del móvil de Valentina.

Tras una nueva caída de la llamada, escurrió los brazos y tiró el teléfono a un lado. Un suspiro profundo hizo rebotar sus anchos pectorales y le dio la fuerza necesaria para saltar de su silla movediza y afirmar los pies descalzos en las baldosas de la terraza de su casa, algo cálidas por el sol que ya empezaba su declive, frente a esta.

Apremió sus pasos y en segundos cruzó la puerta de entrada a la sala, siguió caminando y se metió en la cocina, construida y diseñada por él mismo -como toda la casa- en forma semicircular, al final de la sala, donde se abría un pasillo que daba a las habitaciones.

El silencio que moraba en ese momento se le antojó triste. Volvió a suspirar y, entonces, le salió una expresión muy suya:

-¡Vacié, pueʼ… sacúdete, Enver, qué fue pana…?-

Y el sacudón operó. Abrió la nevera, sacó berenjenas y pimentones rojos, los colocó en el lavaplatos, soltó el grifo y los lavó. Luego, abrió el armario de los utensilios y cogió dos ollas, una sartén, un cuchillo, además de varios cubiertos. 

Entonces, se dedicó a preparar sus apetecidas cremas de berenjena y pimentón, sin poder evitar que Valentina le ocupara el pensamiento. Varias escenas, como tráileres de promoción cinematográfica, se le sobrepusieron en sus recuerdos. Arrancaban con la tarde en que ella llegó a su vida, vestida con una larga falda negra de encajes que se movían al ritmo alegre de sus pasos; una blusa vino tinto, de tela elástica, ceñida al cuerpo, con cuello de tortuga y mangas ausentes que asomaban sus hombros redondos y brazos delgados; sandalias tejidas, una mochila arhuaca cruzada y una delgada carpeta con una apretada síntesis curricular, que ella justificó de forma profesional:

-Es una formalidad, las periodistas no nos leemos en currículos, sino en reportajes, crónicas, entrevistas; en fin… en la práctica.

Conocerla había sido un asalto de impresiones que nunca esperó volver a vivir, después de una veintena de años ostentando con orgullo su inalterable matrimonio con Mariana, quien tres veces había parido la descendencia que le devolvía su bitácora, cuando algún aguacero le desaparecía el horizonte.

Pero, esa tarde que Valentina apareció se había corrido el curso de su nave, tenía la sensación de que, en la historia de su vida, algo había vuelto a empezar.

Ella, caminando hacia su cubículo, cuando llegaba en las tardes; acomodándose frente a la computadora para quedarse ahí, como hipnotizada, escribiendo hasta terminar sus entregas diarias; mientras, él observándola  desde el ventanal de su oficina -que estaba un piso más arriba de la sala de redacción, pero, justo frente al cuchitril de Valentina- fue la escena que secuenció su memoria, esa tarde, entre pimentones dorándose y berenjenas chamuscándose.

Y, luego, ese paso compulsivo que se atrevió a dar, cuando una de esas tardes le pasó el PIN desencadenante de aquel algo que había vuelto a empezar en su vida:

- Quien diseñó esa blusa, lo hizo pensando en tus hombros y con toda la intención de distraer a este hombre llamado Enver.

-Si es seria la distracción, me pongo un sweater. Hay mucho trabajo. No nos conviene que el Director se distraiga-  le contestó Valentina, con un arresto falso de indiferencia que él supo leer como una licencia para usar cuanto recurso necesitara, a fin de ganar la pelea con la página en blanco que urgía por tipiar, para desencadenar aquella historia.

-¡No los tapes, jamás, te lo pido! Esos hombros tuyos inspiran mis tardes. Y cualquier cosa que frene la inspiración, es contra natura.

Cuando Valentina leyó ese PIN, supo que había abierto el lead de una ficción que escribiría a cuatro manos con su Director. Levantó su mirada hacia la ventana de la oficina de Enver y lo encontró ahí, parado, observándola. Ya no pudo continuar su trabajo, así que se puso de pie, le dio la espalda y se fue hacia la cocina,-ubicada hacia el fondo y arriba de la Sala de Redacción-, a prepararse un café cargado, como acostumbraba cada vez que necesitaba concentración. No había terminado de saborearlo, cuando sus emociones alteradas le dictaron un poema que envió a Enver, sin pensarlo dos veces, entre PIN y PIN.

Tengo curiosidad por el destino de mis hombros
en sus labios/
Curiosidad traviesa, tentada a liberar la demencia
y enjaular al juicio/
Curiosidad atrevida, capaz de averiguar
el después del abrazo/
Curiosidad fatal,culpable de que sus ojos me descubran 
y decidan mirarme siempre/
Curiosidad insensible, 
decidida al abandono de lo decente/
Curiosidad irresponsable, que no sabe a dónde irá
la demencia puesta en libertad/
Curiosidad insurrecta, que le declara la guerra al recato/
Curiosidad oportuna, porque quiere creer lo increíble…

Y, así, mientras sus manos licuaban la pulpa ahumada de berenjena con ajo, cebollín y orégano, para dar vida a su primera crema del día; su mente le sobreponía otra escena: él, encerrado en su oficina, tratando de controlar su virilidad erguida, tras leer las letras con que Valentina había confrontado de tajo sus insinuaciones. 

Aquel poema era un indiscutible punto de giro que él intentó resolver esa misma noche, cuando la siguió a la cocina y ella le retó a complacer su curiosidad traviesa sobre el después del abrazo.

Imagen tomada de: https://gramho.com/explore-hashtag/divagaci%C3%B3n               


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VI
Tarea necesaria


  
Arminio Zubero, el Cónsul de Cuba acreditado en la Región Central de Venezuela, estaba sentado en el borde de un mesón ovalado, frente al teclado de un mini procesador, en el centro del salón que se descubría, tras superar la pequeña puerta rodeada de arte surrealista.

Tan pronto entraron Valentina y René -con su bandeja de café sobre la mano izquierda y haciendo peripecias con la derecha para cerrar la puerta- Arminio se levantó y saludó a Valentina con la fraternidad que siempre le expresaba, y que le otorgaba a sus abrazos la ternura del abuelo que ella nunca había tenido.

Él era un hombre ajeno a las formalidades de la diplomacia, se declaraba “un combatiente” que, “antes tuve a la Sierra Maestra, ahora, tengo al servicio exterior como trinchera.”

Mientras René se complacía en servir su recién preparado café, Arminio y Valentina abrieron conversación.

-¿Cómo hiciste con la visita ministerial que tenías hoy en el Periódico? Rafael me dijo que ibas a llegar algo tarde por eso.

-La suspendieron. El Presidente convocó a Consejo de Ministros, y la Viceministra para medios tuvo que ocuparse con un informe que le pidió su jefe. Usted sabe como son, todo a última hora.

-¡Ufff! A nosotros nos tienen locos con eso, todavía no nos acostumbramos, pero… así es este proceso, es parte de la cultura política venezolana… ¡Qué se hace! Hay que respetarla, aprender, de pronto nosotros somos muy rígidos, todo planificado, y eso no funciona siempre. ¿Y tu niña, cómo está, se gradúa este año, no?

-Sí, este año termina bachillerato. Está bien. Me dio una sorpresa estos días.

-¿Y eso? No me digas que aceptó estudiar Medicina en Cuba.

-No, ella no quiere nada con Medicina, a pesar de que le dije que usted le ofrecía beca en Cuba. Es una artista nata. La danza es su pasión, quiere estudiar algo que la nutra como bailarina.

-Pues, la mandamos a estudiar con Alicia Alonso. Ya está, no se hable más. Pero, ¿qué, cuál fue la sorpresa?

-Imagínese que ella siempre ha dicho que no le gusta la política, que lo de ella es la defensa de los animales y que, algún día, va a organizar una fundación para eso. Pero, hace dos noches me dijo: “Pasé por la Plaza Bolívar y me inscribí en el Psuv”. Yo me quedé como pasmada, y le pregunté: “¿Y eso, si a ti no te gusta la política?”. Me contestó por la calle del medio: “Lo hice para ayudar a Chávez, porque él se está matando por este país y pidió que lo apoyaran; por eso, no por la gente que sólo quiere que le den beneficios”. ¿Cómo le parece?

-Que hay que brindar por esa actitud, y aquí está un café bien cargado para el brindis, nada mejor- dijo René, interrumpiendo la conversación entre el Cónsul y Valentina, quienes estaban de pie, entre el mesón y la puerta.

Tras la invitación de René y sus señas para que se sentaran y degustaran la bebida humeante que dejaba fluir su seductor aroma amargo en el espacio, Valentina y Arminio se acercaron al mesón y se sentaron donde René les había indicado.

Después del silencio, casi solemne, que el trío guardó, mientras degustaba el primer sorbo de café, el Cónsul le dijo a Valentina:

-Eso que me cuentas de tu hija, es de las cosas hermosas que se están viviendo aquí. Es el fenómeno Chávez. El hombre es capaz de mover la fibra de mucha gente, de romper la barrera del apoliticismo que el sistema ha venido instalando en los pueblos, sobre todo, en la juventud. 
¡Ah! Pero, una cosa si te digo: a esa niña la tenemos que mandar a estudiar con Alicia Alonso, porque a ese paso, y con esa herencia tuya, va a terminar siendo militante. ¡Cosa más grande! Y no la podemos perder como bailarina, es muy buena en escena… ¡Qué yo la he visto, eehhh! La Revolución, también, necesita artistas.


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-Hay personas promoviendo una duda sobre a quién debe apoyar el Comandante para la Gobernación del estado. Son dos militares los que suenan. Tú sabes, el General que sin titubeo puso en su lugar al empresario del monopolio de alimentos y cerveza; y el que se salvó de un falazo el 27 de noviembre del 92. Y, al parecer, eso lo van a mediatizar los de la derecha. ¿Qué sabes de eso?

Valentina se quedó en silencio unos segundos, tras las palabras de Arminio, y respiró profundo. Sus ojos se desplazaron hacia la platabanda del salón. Luego, volvió su mirada hacia René, le mostró su pocillo vacío, y volteó hacia el Cónsul para decirle:

-Es que necesito más cafeína para ordenar mis ideas.

Los tres se rieron. René sirvió una nueva ronda de café, que seguía caliente y oloroso. Entre tanto, Arminio retomó la palabra:

-Hay que considerar que el primero es casi un héroe para mucha gente, porque ese don de mando que mostró con la toma de la planta, con su irreverencia contra el empresario que se creía superpoderoso, define el prototipo del caudillo que está instalado  en la idiosincrasia venezolana. El segundo ha sido clave para saber por dónde va a venir  la derecha, tiene ojos y oídos en todo el país, es el hombre de la inteligencia de Chávez, y Carabobo es valiosísimo para la economía nacional, tiene refinería, tierras, industria y salida al mar…

-¿Y por qué las dudas? Si, desde que el General se tomó la planta, decomisó los alimentos acaparados y los mandó a distribuir al precio legal; lo que corre aguas abajo es que él va a ser el candidato de Chávez, y que con esa candidatura la Gobernación será bolivariana.- Inquirió Valentina, tras degustar su segundo café.

-Porque este estado es muy complicado. Aquí, el Comandante ha tenido que manejarse con mucho tacto para que se sigan líneas. La dirigencia regional del chavismo tiene su propio ritmo.- Afirmó René.

-Así es. Además, el actual Gobernador es un peso pesado, prácticamente instauró una dinastía. Son muchos años con el poder. Hay que saber cuidar al candidato.- Acotó Arminio, tras lo cual Valentina, cruzando su mirada hacia ambos, dijo:

-¡Ya, claro! Pues, indaguemos, donde tenemos la fuerza: en el sur de Valencia. Ahí están los votos y el chavismo sincero. Y saltemos sobre los medios de la dinastía carabobeña.

Arminio volteó hacia René y, luego, bajando algo su voz, le dijo a Valentina:

-Es un asunto que se debe manejar con cuidado. Primero, porque nosotros no queremos intervenir en la política interna, sólo estamos aquí para ayudar al proceso, con lo que podamos. Así que, cualquier indagación debe ser muy objetiva. Segundo, para no prevenir a la derecha, que está en vilo buscando información sobre la candidatura, para empezar a tejer sus manipulaciones. Y, además, por los dos implicados. Dejar colar una duda del Comandante, acerca de cualquiera de ellos… ¡Hummm, caballero!

Imagen tomada de: deposiphotos

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VII
Espejo roto

Antes de abandonar el Hospital, Valentina entró al cafetín que frecuentaban pacientes, familiares y visitantes del centro médico, para revisar su móvil; pues, tan pronto salió de la reunión, el aparato casi convulsiona con todas las llamadas y mensajes retenidos en algún lugar del espacio radioeléctrico, gracias al  dispositivo bloqueador de señales que estaba instalado sobre una repisa, en una esquina del salón, semejando a un viejo CPU.

En el cafetín debía ordenar alguna cosa, si quería permanecer allí; así que sin vacilar le dijo a la mesera que se acercó con la carta: “un café bien cargado, sin azúcar, y una ambrosía.”

Después de ojear la lista de llamadas perdidas, mensajes de texto y PINES, optó por atender, en primer lugar, a Mónica, quien expresaba un apremio:

-Ya sé que pediste la tarde libre, pero, es algo  urgente, comunícate- decía, tanto en mensaje de texto, como en un PIN.

Inmediatamente, la llamó.

-¡Hola, qué pasó? Estaba sin señal. Apenas veo tus mensajes y llamadas.

-Nos cortaron la luz, hace como tres horas. Opté por mandar al personal a su casa. Total, lo que se estaba trabajando, aún no tiene fecha de salida. Menos mal que, todavía, no estamos circulando.

-¿Y por qué la cortaron?

-Dijeron que era una orden contra todos los deudores morosos.

-¿Y el edificio del Periódico está moroso, cómo así, si eso lo paga el Ministerio?

-Me mostraron las facturas vencidas, más de un año sin pagar, Valentina.

-¿Y les dijiste que ese edificio está en manos del Ministerio de Comunicación?

-Sí, y no sólo eso. Les expliqué que estamos diseñando y organizando la salida de un medio de comunicación impreso para que el pueblo pueda expresarse, para contrarrestar las mentiras de los medios de la región, les hablé de la visión  comunitaria, artística… ¡Qué no les dije! Les pedí un plazo hasta mañana para que el Ministerio resolviera, de institución a institución, que somos la misma gente, pero… nada. La orden era cortar y cortaron.

-Bueno, pues, es vergonzoso que un Ministerio deba el servicio de electricidad, sobre todo, al mismo Estado, y cuando el mismísimo Presidente está exigiendo responsabilidad en el cumplimiento de las obligaciones… Pero, también, me parece raro que se les ocurra pasar factura, ahora.

Tan pronto se despidió de Mónica, llamó a Enver. Era el primero en la lista y número de llamadas perdidas.

-¿Cómo estás? Te he llamado muchas veces.

-Bien. Sí, ya vi. Estaba sin cobertura. Tenemos un problema serio en el Periódico: nos cortaron la electricidad.

-¿Quéee, cómo es la vaina? ¡Jejeje, eso suena muy chistoso!

-Pues, sí. Según le dijeron a Mónica, el edificio tiene una mora de un año.

-¡Ahhh, veeergaaa!

-Lo estoy llamando para que le informe a la Vice. Mónica suspendió labores hoy, pero, mañana necesitamos estar operativos.

-¿Sólo por eso me estás llamando? Yo pensando que querías oír mi voz. Porque… yo si estaba loco por oír la tuya.

Valentina soltó una carcajada, luego, insistió en la urgencia de resolver el asunto.

-Yo tengo una amiga en la Corporación de la Electricidad. Sé que, tan pronto le cuente, ella nos va a mandar a reconectar. Pero, es importante que eso se solucione y que la deuda se pague. Es un mal ejemplo. Da pena.

-Sí, claro. Tranquila, ahora mismo me pongo en contacto con la Vice. Pero, es en serio: necesitaba oírte. Por eso te llamé tantas veces.

-Bueno, pues, nos podemos oír mañana. Usted irá por allá, supongo. Hay que revisar los trabajos que vamos a presentar en la Edición Cero. Ya sólo nos quedan 30 días para ese tiraje.

-Mañana es mi cumpleaños.

-¡Ah, sí? Bueno, pues, al final de la tarde lo celebramos. Yo me puedo encargar de la torta.

-Eso me haría muy feliz. Pero, no creo que pueda salir de aquí. Mariana pidió el día en su trabajo,  ya anunció festejo. Es complicado para mí, sobre todo por los muchachos.

-Sí, claro, entiendo. Quédese en su casa. Sería terrible hacerle ese desplante a Mariana. Esas son cosas que las mujeres nunca olvidamos.

-No quiero hablar de ella contigo. Quiero hablar contigo de ti y de los dos.

-¡Uhmmm! Pues, Mariana existe y seguirá existiendo. La realidad no se puede obviar. Y ella es su realidad. No yo.

Hubo un silencio por varios segundos que Valentina venció con un “¡Aló!”, inquiriendo presencia del otro lado de la línea; a lo que Enver, con una tonalidad dulcemente desconsolada, le recusó:

-Tú dices eso, porque no sabes nada de mí. Cuando te  conocí, se quebró el espejo donde miraba mi presente.

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Mientras limpiaba su rostro con aceite de oliva, como hacía cada noche, antes de irse a dormir; Valentina notó la fisura que tenía el espejo de su baño. Estaba roto hacía meses, por un apretón de más que ella misma le había dado, cuando le frotaba papel periódico para abrillantarlo.

Aunque en las instrucciones primarias de la costa Caribe macondiana, donde creció, había aprendido que un espejo roto debía ser inmediatamente descolgado y sumergido en una palangana de agua, como única contra para evitar siete años de mala suerte; el espejo quebrado de su baño seguía colgado sobre el lavamanos, totalmente ignorado, tanto por ella, como por las otras dos mujeres que habitaban la casa: su madre y su hija.

Las incredulidades de las tres, tomadas de la militancia comunista de Leonardo Alfonzo Briceño Amariz, su padre, daban por descontados los agüeros populares repetidos al caletre por generaciones. Por eso, ese espejo roto seguía guindado en el baño, ignorando toda una cultura mítica de fatalidad, a tal punto que hasta la fractura pasaba imperceptible.  

Sin embargo, aquella noche el quiebre del cristal se había revelado ante la mirada de Valentina, en una asociación del inconsciente que la obligaba a volver en razón sobre una ofuscación que  pretendía olvidar: las últimas palabras de Enver, esa tarde, tras el auricular de su móvil: “…cuando te  conocí, se quebró el espejo donde miraba mi presente.”

Tras esa metáfora, Valentina sólo había optado por articular un silencio, que puntualizó colgando la llamada. Ahora, su rostro reflejado en aquel espejo roto le recordaba esas palabras de Enver, al encontrarse allí como un retrato fragmentado. 

-¿Cómo se refleja el presente de Enver, entonces?- se preguntó Valentina.

-¿Tendrá dos dimensiones o una dimensión partida en dos?- siguió interrogándose, con los ojos fijos en su reflejo dual. 

De pronto, su corazón acusó un par de latidos compulsivos y en el espejo su rostro se movió a la izquierda para darle espacio al de Mariana, que asomó por la derecha, con una expresión igual de  perpleja a la que percibía de sí misma. Luego, las imágenes se juntaron, dejando apreciar sólo la mitad de cada rostro. Mariana y ella eran dos rostros y uno solo, a la vez.

Valentina cerró irreflexivamente los ojos y sacudió su cabeza dibujando una negación. Cuando volvió a mirarse en el espejo, estaba solo ella, bifurcada, tras la hendidura del cristal.

-Es hora de un espejo nuevo. Ya este empezó a reflejar locuras- se dijo, procediendo a descolgarlo.

-¿Por qué me tiene que importar cómo refleja su vida este hombre? No es mi problema, allá él- se dijo, mientras arrinconaba el espejo roto, tras la papelera del baño.

-Enver será un círculo cerrado, pronto- continuó su monólogo interior, reafirmándose en la promesa que se había hecho de mantener sólo relaciones furtivas en el resto de su existencia. Los romances, la sola idea de volver a compartir vida con un hombre, le generaban desazón.

Después de muchos años de idealizada vida marital, había descubierto que el matrimonio monogámico era una farsa, que no había cabida en el sistema para una vida en pareja sin rutinas, cansancios, aburrimientos, represiones, mentiras e infidelidades. Su separación había sido una mezcla de dolor y satisfacción, un sádico abanico que soplaba impresiones de fracaso y triunfo, a ritmo constante. Al fin y al cabo, todo había concluido en una bonita relación de amistad y camaradería, en un vínculo indisoluble de familiaridad que gustaba preservar. Pero, ya no podía, ni quería, volver a ser pareja de alguien. “Fue una vivencia necesaria, no me arrepiento”, así definía su vida matrimonial; pero, “yo no me volveré a casar, ni nada parecido… etapa superada”, agregaba, cada vez que el tema saltaba en alguna conversación.

Por eso, no pudo, ni quiso, responder las palabras de Enver esa tarde. Sonaban a compromiso. Y no era hacia ese horizonte a donde ella quería mirar. Además, si algo apreciaba en sus efímeras aventuras con hombres casados era la negada posibilidad de convertirse en pareja, la coartada perfecta para desaparecer sin disquisiciones, después de sosegar su curiosidad traviesa. Aparte de eso, ¿qué clase de compromiso podría pactarse entre una mujer libre y un hombre casado? Simplemente, la monogamia de ella y la infidelidad de él. Y, esa era una historia que Valentina no estaba dispuesta escribir.

Al salir del baño, destendió su cama y se sentó en la orilla; tomó el móvil que estaba en la mesita de noche, lo configuró en silencio, activó una alarma para las cinco de la mañana, lo metió bajo la cama, se tumbó en ella y extendió su brazo izquierdo hacia atrás para alcanzar el  apagador que estaba justo arriba y en el centro de su cabecera. En la penumbra cerró los ojos, suspiró y se dijo:

-No seré reflejo de un espejo roto.

*Imagen tomada de Pinterest

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VIII

Cuentos por contar

 

-Cuando tengas tiempo de comerte un helado o tomarte un café conmigo, o sea, cuando estemos face to face, te echo el cuento, bien conta‘o, sobre clientes morosos y órdenes de corte en la Corporación, mamita- le dijo Gladis a Valentina, tras recibir su llamada de agradecimiento por la cuadrilla que había enviado a reconectar la electricidad en el Periódico.

-Niña, te prometo que al próximo fin de semana le arrancó un pedazo para nosotras. De verdad, estos últimos meses los he tenido muy cargados. Claro, te cambio el café o el helado por unos traguitos, en un lugar que no conoces y que te va a encantar. ¿Te parece?

-¡Listo, hermana, pa‘´donde me digas, voy! Sabes que te quiero mucho y me hace falta hablar contigo. Y por la luz, tranquila, yo me encargo de que no se las vuelvan a cortar. ¡Qué es eso, vale, echándonos vaina entre nosotros mismos…!

-¡Gracias, Gladiciña querida, la Patria te lo compensará! Aunque, me voy a poner más cansona que una mosca en el rabo de una vaca, paʽque el Ministerio pague sus facturas. ¡Eso, tampoco, puede ser!

Gladis soltó una carcajada con la expresión de Valentina, que sólo pudo cortar cuando esta se despidió con apremio, alegando tareas urgentes en el Periódico. Y, en efecto, no había terminado de colgar el móvil cuando ya Valentina saltaba de su cubículo al de Mónica, para acordar con ella la jornada del día.

Ambas, por disposición de Enver, eran responsables del Consejo-Jefatura de Información y Redacción, lo que implicaba un sinfín de tareas, aunque el Periódico estaba en fase preparatoria y aún no tenían fecha definida para la Edición número 1, habían establecido una rutina de trabajo diario, tal como si estuviesen circulando; tanto para preparar al equipo, en su mayoría recién graduado o estudiando, como por el tipo de periodismo que planeaban ejercer, donde vincularían investigación social, participación comunitaria y defensa del proceso bolivariano.

No era una misión fácil, las obligaciones de Mónica y Valentina iban desde chequear y analizar las matrices que la mediática regional, nacional y global, estaba tratando de posicionar; revisar orientaciones de política comunicacional, enviadas por el Ministerio; atender declaraciones y anuncios de Chávez, seleccionar pautas a cubrir, distribuir el equipo de prensa y fotografía, orientar diagramación y diseño de portadas, contraportadas y páginas interiores, con sus debidas jerarquías;  hasta sortear el traslado en el único vehículo con que contaban, una rudimentaria camioneta destechada donde todo el personal se veía obligado a juntarse bajo sol o lluvia, y al que ellas mismas tenían que auxiliar para gastos de combustible, aceite y repuestos, porque los estipendios del Ministerio, todavía, no llegaban con regularidad.

Además de eso, trabajaban como redactoras, a mutuo propio y por acuerdo con Enver, a quien le habían exigido, como condición para asumir sus cargos,    el derecho a continuar escribiendo, pues, el ejercicio periodístico era una verdadera pasión, para estas dos mujeres.

Y, para completar, en ausencia del Director, debían atender cuanto asunto de relaciones interinstitucionales, profesionales, laborales o de representatividad del medio, se asomara.

A esto último, Valentina solía sacarle provecho en función de las facetas ocultas en su vida, con la complicidad de Mónica, quien desconocía las reales dimensiones de las desapariciones, reuniones y amistades extrañas a las que su amiga la había acostumbrado; aunque, desde su perspectiva, lo entendía como los misterios de la Briceño, según la nombraba, de cuando en vez, aludiendo a su apellido paterno.

Ese día, aprovechando que el cumpleaños de Enver lo retendría en casa, Valentina había cuadrado tres reuniones en la oficina de Dirección, espacio que le permitía la privacidad necesaria para atender tareas del personaje que solía encarnar en el escenario de su yo recóndito.

-Voy a separarme del teléfono, si llama el Jefe, invéntate algo, mientras atiendo a unas personas en su oficina- le dijo a Mónica, después de haber coordinado el día con todo el equipo.

-Ve tranquila, yo te cubro. Aunque, no creo que el Jefe se moleste contigo por usar su oficina. Ése hombre está enamorado de ti.

-¡Ah, sí! ¿Y de dónde sacas eso, Monik?

-¡Ay, chica! De las miradas que te echa, y de la observadera que te carga desde la oficina, mientras tú escribes. Además, me lo confesó que días.

-¿Te confesó qué? Ese cuento no me lo habías echado¡ A ver…desembucha, niña!

-¡Ah, pero, te interesa la vaina, no?

-¡Claro! Tiene que ver conmigo, me tiene que interesar.

-Pues, antier, que llegué temprano, lo encontré en la cocina tomando café, no sé de donde saliste en la conversación, pero… de pronto me dijo, por la calle del medio: “A mi esa mujer me tiene con el corazón recrecido, me da un soponcio cada vez que la tengo cerquita”.

-¡Jajaja! Bueno, ya que estás de confesora, te confiaré mis pecados: con ése, va a pasar lo mismo que con todos, ya me conoces: “una noche de copas, una noche loca”. Él es un tipo casado, yo una divorciada eterna… no da paʼ más.

-¡Hummm, mosca! No te vayas a rascar en esa “noche de copas, una noche loca”, porque ése se ve que es intenso, y se las trae contigo. Te lo digo yo, que te puedo contar unos cuantos cuentos…

*Imagen tomada de Pinterest

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El siguiente es un  mensaje que Valentina envía a Enver, la antesala del inicio de su romance.


Tengo curiosidad
por el destino de mis hombros en tus labios,
curiosidad traviesa,
tentada a liberar la demencia
y enjaular al juicio;
curiosidad atrevida,
capaz de averiguar
el después del abrazo;
curiosidad fatal,
culpable de que tus ojos
me descubran
y decidan mirarme siempre;
Curiosidad insensible,
Decidida al abandono de lo decente;
Curiosidad irresponsable,
Que no sabe a dónde irá la demencia
Puesta en libertad;
Curiosidad insurrecta,
Que le declara la guerra al recato,
Curiosidad oportuna,
Porque quiere creer lo increíble.


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Así como Valentina escribió su antesala del romance con Enver (tras subliminales miradas, palabras, susurros y acercamientos, que Enver había estado regalándole), también redactó una antesala textual del adiós; consciente del abismo pasional que enfrentaría; pero, como cualquier suicida: con una brutal displicencia hacia el miedo.A continuación, les regalo esas letras, que sólo puedo atinar a describir con una palabra: ¡Coraje!


De: Valentina Briceño Suárez
valentibrice@yahoo.com

Asunto:
Nosotros

Para: Enver José Sierralta
enverjosé@hotmail.com

Fecha: enero 8 de 2013

¿Sabes una cosa? No me acostumbro a llamarte por tu nombre. No sé a qué se asocia eso, pero siempre que te recuerdo, te pienso, te hablo, o te escribo, aparece en mi contexto verbal sólo un sustantivo. ¿Adivinas cuál es?

Por si lo olvidaste, te lo voy a recordar: Amor. Lo he reprimido hace unas semanas. He intentado, en vano, dejarlo castigado en el cuarto de los chécheres viejos que construí en mi memoria. El resultado ha sido fatal. Ese sustantivo se escapa y me asalta frente a otros.

Imagínate, anoche le dije "amor" a Mr. Frank y después a Chin Chin. A ninguno le molestó, por supuesto. Lo demostraron con su habitual coquetería. Mr. Frank ronroneó y restregó su pelaje negro en mis piernas. Chin Chin, por su parte, movió su peluda cola y soltó ese especial “guauu” que demuestra su calidad de consentido. Pero, el colmo fue cuando llamé así a Roxana. Ella sintió ese tonito que hace parte de la estructura sonora que armé para esa palabra. Me miró como queriendo decir: ¡Ey, cambiaste de sexo? Me dio pena, con Roxana. Ella se dio cuenta. Enseguida saltó desde mis brazos hasta su plato y se dedicó a comer la gatarina de colores que tanto disfruta.

Después del abandono de Roxana sufrí un alud de recuerdos que terminaron transformándose en añoranza. Me llevé todo eso a la cama y mis sueños se encargaron de impedir que visitara el cuarto de los chécheres para encerrar con candado al perseverante sustantivo. Así que desperté con los sentimientos confundidos. No sabía si estaba alegre, triste, rabiosa o indiferente.

Sólo sé que se apoderó de mí una idea, una única idea, este día: no debo seguir reprimiendo a esa palabra. Ya no es sólo una palabra. Es parte de mi esencia. Y esa parte de mi esencia no le queda bien ni a Mr. Frank, ni a Chin Chin, ni mucho menos a Roxana.  Ese esencial pedazo de mí te queda perfecto a ti, sólo a ti. Así que decidí contártelo. Sobre todo cuando vi el calendario y me gritó que hoy es ocho. No tengo que explicarte lo que ese número significa. Si tuviera que hacerlo, el sustantivo "amor" no te vendría como vocativo.

Sé bien que sumas, como yo, un mes más a nuestra vida compartida, cada vez que ese número se hace fecha.  Por eso te llamé con insistencia. Pero, me respondió el silencio, otra vez, como tantas veces, desde que desapareciste.

Sin embargo, tenía una intención muy firme de contarte todo esto. Así que no me importó tu continuada ausencia y se me encendió la imaginación:              

-¡Escríbele!- gritó mi pensamiento.

Y aquí estoy, amor, contándote con letras, lo que quise hacer con mi voz.                         No importa que no puedas oírme. No importa que no pueda escuchar tu repetida frase:

-¡Mi bella, yo te amo!

No importa. A pesar de todo, me siento libre, despejada y feliz.  La represión es mi peor enemiga y, hoy, la he combatido. Tampoco importa, te lo aseguro, que a ti, amor, te parezca infantil, tonta, inútil o ridícula esta confesión. No importa si, ahora, a ti, amor, te despierta indiferencia ese pequeño y simple sustantivo, cuando lo asocias conmigo.

No importa, amor, aunque en realidad me importa un mundo. ¿Sabes por qué? Porque la verdad es hermosa, tan hermosa como el amor, ése que tú me inspiraste, ése que tú cultivaste, ése que tú, hasta hace poco, disfrutabas en la piel, en el alma, en el pensamiento, en el presente y en tu soñado futuro a mi lado. Ése que, aunque tenga que alimentar sólo con recuerdos, si tú, amor, ya no quieres seguir criando, coloreó con tonos únicos el paisaje de mi vida.

Un abrazo inmenso y un beso lleno de verdad para ti, amor.

POSDATA: Esta carta fue enviada y publicada en el CONCURSO EPISTOLAR "CARTAS DE AMOR", importante que lo sepan por si la han leído antes o le encuentran en la red, no vayan a pensar en el fatal plagio. El concurso estaba abierto y la carta ya existía con muchos capítulos de la novela, sigo teniendo derechos de autora sobre ella. 




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Como les anuncié en principio, esta novela será  compartida en forma no lineal. A continuación, les entregaré un episodio importante, uno de los puntos de no retorno en el desarrollo de la historia que, en otra ocasión, publicaré completo. 
¡Disfrútenlo!


-¿Qué haces aquí?

-Vine a buscar un yogur que guardé en la nevera. Tengo hambre.

Valentina abrió el refrigerador, se inclinó para ver entre la maraña de loncheras, vegetales y gaseosas que amontonaban ahí, tanto los de redacción, como los de imprenta; ubicó su yogur, estiró la mano y lo sacó, ofreciéndole casi que una contemplación ritual al vasito con fermentos lácticos y ciruela que estaba buscando. Cerró la nevera y se dio vuelta, encontrándose con Enver, monumental, tras ella, casi que auscultándola. Ella se perturbó. Entonces, atinó una pregunta, la única que tenía cabida, la que Enver urgía responder.

-¡Ajá, y usted que vino a buscar por acá?

-A ti- contestó él.

Nada más importó, sólo el silencio que ambos pactaron, de forma inconsciente, para permitirse mirar el fondo de los ojos del otro, enfrentar sus labios, sentir la respiración agitada de cada uno sin distinguir la propia, hasta sorprenderse envueltos en un abrazo que Valentina osó desafiar, susurrando:

-¿Y… el después de un abrazo?   Recuerde que tengo una curiosidad atrevida, capaz de averiguarlo…

En ese momento, a Enver se le rompió el caparazón de hombre ministerial, cayó del tabernáculo donde ejercía autoridad y se transformó en macho, un reptil común y corriente, dominado por los instintos.

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Esa noche no había chófer de guardia, era sábado y la nómina no incluía personal de servicios las noches de fin de semana, así que el vehículo de transporte quedaba en manos de la Dirección del periódico, que podía disponer de él para trasladar a quienes quedaban responsabilizados de cerrar la edición y enviarla a imprenta. Enver se ofreció a reemplazar al chófer.

-Esta noche está muy bonita para manejar por la ciudad- dijo.

Además, “hay que relevar a Gregory”, acotó; el único fotógrafo que tenían, quien siempre se ofrecía para esa labor, así como para todas las que no le tocaban, porque era todo un “galán”, como decía Valentina, presto a resolver lo que surgiera, sólo con una condición: “si me regalas una sonrisita, mi amor plantónico”, le decía siempre a su eterna amiga, ahora, compañera de trabajo: Valentina.

Pero, la bonita noche no era la verdadera motivación de Enver para quitarse el traje de Director y ponerse el chaleco de chófer. Su quid era la virilidad erguida y frustrada horas antes, en la cocina, cuando Valentina lo incitó a descubrir “el después de un abrazo”, desnudando al simple ser carnal que era, ése que le asaltó los labios y, en segundos, se entregó a un díscolo encuentro con los besos más corrompidos que había ensayado en su vida.

El yogur de ciruelas, que el estómago de Valentina apremiaba esa noche, terminó servido entre pezones y ombligo. Las manos anchas de Enver, sus groseros dedos, sus labios abombados y su lengua rasposa lo degustaron, tanto como la angustia del orgasmo que Valentina dejó manar, apenas sintió su hálito de hombre entre los senos; minutos antes de escuchar pasos sobre la escalera por donde se accedía a la cocina, desde las oficinas de Redacción.

La pareja había logrado salvarse de ser pillada in fraganti, gracias a las dobles entradas y salidas que tenían todos los espacios de esa edificación, construida por un afamado hombre de negocios enrevesados, con suficientes razones para tener siempre a mano  una puerta de escape.

Pero, a Enver le fue imposible recuperar el juicio, su reptil lo poseía, necesitaba culminar su tropelía. Y, ese hueco en la nomina de servicios los fines de semana era la oportunidad perfecta, pues, Valentina siempre pedía ser la última persona en el reparto, le gustaba asegurarse de que sus compañeros de labores  llegaran a casa.

-Los dejamos a todos y escapamos a terminar el después del abrazo- leyó Valentina en un PIN que Enver le envió a su recién estrenado Black Berry.

-No voy a casa esta noche, lo dejamos para otra ocasión- decía el PIN que ella respondió, causándole una desazón que no supo cómo entender.

Y, antes de permitirle preguntar, Valentina dijo ante todos:

-Jefe, a mi me deja en la Calle de Los Cafés. Me están esperando ahí.

Él trató de disimular la molesta sensación del desaire inesperado, pero, no aguantó y soltó un sarcasmo:

-¡Ah, pero, tenías rumba planeada y no invitaste!

Valentina soltó una risotada, mientras el “galán”, Moneiba y Eddy los otros dos compañeros de trabajo que iban a bordo, se sumaron al reproche de Enver, en medio de típicas mamaderas de gallo que el tema dejaba colar.

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